Por los más diversos parajes del territorio patrio se oye el clamor de la gente, clamor que obedece a un cúmulo de desajustes, particularmente de orden político y económico. La crisis es evidente. Con sobrada razón los “norteños” y “sureños” piden a gritos la solución de sus acuciantes problemas, más, poco o nada hacen quienes gobiernan la patria.
Es indudable que los padres de la patria tienen la ineludible obligación de velar por el bienestar del conglomerado nacional; pero, ¿hacen algo por la redención de los pueblos?, ¿por el rescate de la agricultura? ¿Quiénes también tienen la obligación de velar por este bienestar? ¿Seremos nosotros mismos? Sí, evidentemente que sí.
A nadie se le ocurriría lanzar al suelo las escasas monedas que se acumulan en los bolsillos. Sin embargo, nos damos el lujo de perder el tiempo, pudiendo aprovecharlo en actividades que a la postre significan ingentes sumas de dinero.
A ojos vista está el valor de la artesanía, de la huerta, por ejemplo. Ahora, gracias a la prensa, la radio, la televisión y otros medios de información, tenemos a nuestro alcance hasta los más sofisticados conocimientos, pero urge acción. Herbert Spencer decía: “nuestro punto flaco no es la ignorancia sino la inacción”. Pues, entonces, manos a la obra.
Podemos comenzar y practicar una serie de “pequeñas grandes” actividades; pequeñas por su apariencia y grandes por sus beneficios.
No por estar tan cerca, sino por tratarse de la actividad más noble, queremos tratar, someramente, en esta oportunidad, sobre la huerta.
La Huerta debe estar presente en toda habitación rural y aún urbana, pues la persona laboriosa evita hacer significativos gastos en la adquisición de productos que, con mayor ventaja, son suplidos por los obtenidos en su propia tierra. (O)








