El escritorio está lleno de recortes y el café, como siempre, amargo. Una noche fría para reflexionar sobre qué tan lejos estamos dispuestos a llevar el absurdo de la política en nombre de la vanidad y el ansia de poder. La decisión que nos espera este 16 de noviembre no es poca cosa. Marcará una hora crítica en la que decidiremos si dar o no un salto al abismo con graves e imprevisibles consecuencias.
El panorama de las encuestas, dispares y contradictorias, es fascinante. Ni un «Sí» monolítico ni un «No» rotundo. Es un voto quirúrgico que se contará uno a uno. Una potencial Constituyente a la que marcharíamos con un dócil rebaño sin saber lo que queremos cambiar. Un ejercicio de vanidad y populismo vacío donde las propuestas no cuentan. Un burdo proceso pensado para desmantelar los organismos de control que frenan los atropellos de las leyes por decreto, mientras se abre la puerta a la gran minería, se precarizan los derechos laborales y se dinamita una constitución reconocida por la academia internacional como la única contribución jurídica de vanguardia que este país le ha dado al mundo en el último siglo, al punto de servir como modelo para que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) absorba su doctrina y eleve la naturaleza a sujeto de derecho.
Además, ¿acaso no había prometido este mismo presidente una patria de orden y estabilidad donde florezca el empleo y la inversión? Porque, hasta donde yo comprendo, una constituyente es el antónimo exacto de la estabilidad y una receta para la incertidumbre absoluta, con el riesgo país en las nubes y el empleo por los suelos.
El mundo al revés: el gobierno que prometió la calma causa la tormenta perfecta. El gobierno que prometió la austeridad se lanza sin pudor al despilfarro de una inmensa maquinaria de propaganda y un triple proceso electoral que costará cientos de millones de dólares, mientras los GADs agotan sus últimas reservas. ¿Cuál es entonces la respuesta ante el absurdo? El «SÍ» como un acto de fanatismo o el «No» como un acto de resistencia, dignidad y memoria popular. Que quede claro… (O)
@andresugaldev










