En buen cuencano el calificativo de “niño viajero” es el que inevitablemente hoy acompaña al presidente Daniel Noboa, quien “visitó” Quito apenas lo suficiente para recibir la serenata que su propio gobierno organizó. La paradoja es evidente: mientras más viaja el Presidente, menos se mueve su agenda política.
La ruta internacional que promocionan la Presidencia y la Cancillería ha empezado a erosionar la paciencia de sus propios defensores. Y ante la insistente pregunta de por qué un gobierno apuesta por viajes que generan rechazo transversal, solo encuentro una respuesta posible: en Carondelet prefieren tener al Presidente lejos del reflector a que siga acumulando el costo político de la derrota en la consulta popular.
Cuando Noboa está fuera, otros ocupan el centro de la escena. Los roces entre Aguiñaga y Correa, las universidades y la proforma presupuestaria, las fiestas de Quito o las intervenciones del SERCOP capturan la atención mediática. Cualquier conflicto resulta más cómodo que enfrentar la pregunta que se repite desde hace semanas: ¿cuál es la agenda política del Gobierno?
Un ejemplo basta. Este fin de semana el Ejecutivo obtuvo un triunfo relevante: 78 votos para aprobar la proforma presupuestaria del 2026. En otro momento, ese habría sido un logro político para celebrar. Pero la cúpula oficialista decidió priorizar un saludo de cumpleaños al Presidente. El resultado fue predecible: el debate público se centró menos en la aprobación presupuestaria y más en la angustia del sistema universitario, que nuevamente advierte que no podrá cubrir necesidades básicas por falta de recursos.
Cuando los viajes forman parte de la política pública, no necesitan secretos. Sus objetivos, comitivas y resultados se publican sin reserva. Una visita presidencial suele iluminar temas estratégicos: inversión extranjera, cooperación internacional, acuerdos comerciales. La reducción de aranceles para productos ecuatorianos abrió una oportunidad real para recuperar mercados perdidos. Pero ese logro quedó en silencio.
En su lugar, el sello de esta administración en materia internacional es el sigilo. Lo fue antes y lo vuelve a ser ahora. No hay claridad sobre quién viaja, para qué y con qué resultados. Y un gobierno sin narrativa es un gobierno que presta sus páginas para que otros la escriban.
Por ahora se cuentan los días en los que el niño viajero está en el país para recibir serenatas y saludos. Y no cuenten muy duro, no vaya a ser que si nos visita el 24 de diciembre quiera, en buen cuencano, su propio “Pase”. (O)






