Entre que cierro, abro y cierro. Entre que se transforma y no se transforma a la movilidad de la ciudad.
La calle Padre Aguirre es el nuevo conflicto. Lo primero: Los vecinos -con justa razón- reclaman por la falta de diálogo, indicaciones y discusión sobre la decisión. Y es que, les abren y les cierran, les cierran y les abren. Cuenca ha debido afrontar al más cruel proyecto político capaz de quebrar a familias cuencanas: el Tranvía. Intento municipal que ha dejado un precedente hacia el rechazo y temor de la población con cualquier nueva planificación. Y en ello, hay que entender a los vecinos en su reclamo, por su necesidad de dejar de ser parte de los experimentos y obtener claridad después de la agonía de los últimos años con una ciudad paralizada.
Ahora bien. Que el centro de Cuenca debe avanzar hacia la peatonalización, es una realidad. Es lo coherente y lógico. Es lo que se apoya. Pero se requiere de acciones coordinadas que involucren a la planificación seria e integral. Al transporte público que funcione. A la creación de parqueaderos para automotores en las periferias del centro histórico a fin que los ciudadanos no dejen de llegar en búsqueda de actividades y comercio en el casco central. El uso del suelo se tiene que redefinir por la Municipalidad. La accesibilidad a los espacios públicos, tiene que cambiar. La seguridad debe incrementar. Las rutas de peatones y la de los ciclistas tiene que establecerse para evitar los comunes nuevos accidentes que los centros históricos caminables, traen.
Es un hecho. Cuenca debe ser para las personas y no para los automotores. La Padre Aguirre es el inicio de una ciudad caminable como fuente de identidad, que se dinamice con su gente a pie. De acuerdo, así debe ser; pero sin aislar a las voces que reclaman ser escuchadas y que tienen que aportar. Peatonalizar y sensibilizar. (O)