Con el argumento de los necesarios avances de la ciencia, hemos metido las narices en los rincones más ocultos de nuestro planeta, contaminándolo, manoseándolo todo con el menor respeto posible, demostrando una barbarie justificada por el “supuesto” avance de la civilización.
La crisis que vivimos nos ha puesto los pies sobre la tierra, no hace entender cuan frágiles somos ante la naturaleza, y cuán propensos estamos los humanos estamos a perecer por un virus.
Ni la más avanzada ciencia hasta ahora, puede detener la pandemia, ni las armas de los países más industrializados sirven para nada ante la crisis, ni las mayores reservas de dinero o recursos naturales tienen significado ahora.
Hemos apostado por la tecnología como la salvación para todos los problemas, creyendo que nos puede sacar de los apuros de nuestra comodidad, sin embargo, la tecnología tiene sus limitaciones contra la pandemia del coronavirus, excepto darnos datos precisos de cómo se esparce por el mundo, ante nuestra perpleja e impotente mirada.
Lo que está pasando en todo el mundo debido al Covid-19 no ha cambiado nuestra forma de vivir. Ni el mundo, ni nuestro país, inclusive ni los gobiernos son lo que eran hace apenas dos semanas.
La pandemia del Covid-19 convierte a pujantes y multitudinarias ciudades, en urbes sombrías, en guerra contra un enemigo que nadie ve, lacerante realidad que produce una callada tristeza.
Reforzar nuestra humanidad y reconocer humildemente nuestras limitaciones nos hará superar la crisis, ya lo hemos hecho en el pasado; pero parece que era necesario este remezón para volver sobre nuestros pasos, y sobre todo regresar nuestra mirada hacia la naturaleza, la misma que hoy llora en silencio, y la que nos ha dado todo, pero puede ser también letal cuando es agredida sin misericordia.
Para una sociedad desarticulada, como la nuestra, donde lo material está sobre la ética y la moral, se trata de una experiencia límite, que nos permitirá medir hasta donde puede extenderse, no solamente nuestra capacidad de actuar como una sociedad que comparte los mismos objetivos, sino también como una sociedad integrada por individuos de buena voluntad. (O)