Y fue entonces que nos miramos al espejo; y así comenzamos a dolernos y dejamos de sentir el corazón en busca de un abrazo. Y fue así que nos quedamos atónitos ante un mundo colapsado y encriptado de terror.
Despertamos entre cadáveres y los “casos” comenzaron a tener nombre y apellido. Así, supimos que las fosas comunes eran imprescindibles y que todo aquello que habíamos sembrado caía como fruta de un árbol surrealista.
Entonces llegó la poesía, la solidaridad, el coraje. Y a pesar de los políticos y de la economía agonizante, supimos que la vida espera por nosotros. Que juntos, tenemos que obligar a la justicia, a la ética a la moral que bajen de su torre de babel.
Que hay un tiempo para cada cosa bajo el cielo, que un mundo nuevo se impone y nuestra responsabilidad va más allá de los vidrios que nos enjaulan. Sin embargo; no podemos dejar de racionalizar sobre las causas y las consecuencias de nuestros actos, por ello necesitamos que esta cuarentena nos cure de todos los virus que adquirimos a lo largo de los años.
Comprendemos que somos utópicos, que “en el hombre existe mala levadura” como dijo Darío, pero seguimos confiando en ese ser humano renovado que dejará, tarde o temprano su encierro. Que cada uno de nosotros llevará la marca de estos días en lo que resta de su existencia si sobrevivimos, porque la lección recién empieza.