Varios historiadores coinciden en que la peste más negativa de la humanidad, es la negra o bubónica. La población del mundo en el siglo XIV no llegaba a los 500 millones y el número de muertos fue enorme. No me voy a referir a los efectos tétricos. De esta tragedia nació una de las más renombradas obras de la literatura occidental: El Decamerón de Giovanni Boccaccio, que vivió este desbarajuste. Para evitar la contaminación en Florencia, algunos abandonaron la ciudad y se refugiaron en casas de campo.
Siete mujeres y tres hombres jóvenes lo hicieron en la cercanía de Nápoles, y para superar el aburrimiento de esta reclusión, decidieron que, a lo largo de diez días, por la noche, cada uno relate un cuento. No se trata de temas trágicos, en este centenar hay variación sin que falten los imprescindible de humor y, por supuesto, de amor. Los críticos literarios “se han hecho lenguas” de esta obra. Lo que cuenta en estos días es la validez de este recurso para salir delante de un forzado encierro.
En nuestros días, las posibilidades de relax son múltiples; gracias a la informática y el internet es posible vincularnos a otros lugares y, rompiendo la barrera del tiempo “viajar” al pasado secular. El ocio y la recreación no son un lujo de los “vagos”, son una necesidad de nuestra condición que debemos aprovecharlo en la crisis coronaria vírica que vivimos. Podemos superar la tendencia a la ansiedad haciendo algo vedado en la vida normal.
Si alguien no ha leído el Decamerón, puede hacerlo sin ir a bibliotecas o librerías mediante la “compu” que nos posibilita traer a casa los mejores libros del mundo. Aprendamos a “decameronear”. (O)