La ley exige para participar en unas elecciones que los candidatos militen en partidos inscritos ante las autoridades antes de un plazo que expiró este miércoles, lo que desató una urgencia de afiliaciones de último minuto, acuerdos, pactos y confirmaciones de las primeras candidaturas en liza.
La acelerada militancia, que conlleva tanto grandilocuentes discursos de lealtad y simpatía como rechazos y críticas a los advenedizos, permite hacer un primer dibujo de qué candidatos aspiran a suceder en julio de 2021 a Martín Vizcarra como presidente de la República.
También evidencia la debilidad de unos partidos que, en su gran parte, no son más que «cascarones vacíos», y de un sistema de liderazgo más carismático que ideológico, que buscan aliarse unos con otros en un modelo que no ofrece ningún incentivo a la lealtad política, al pacto y, en el mediano y largo plazo, a la estabilidad.
VEHÍCULOS ELECTORALES
«Lo que vemos es muy común en el sistema político peruano. A diferencia de otros países, aquí no hay partidos duraderos, con proyectos comunes… Sí abundan los ‘vehículos electorales’, que dependen de un líder con nombre propio», explicó a Efe la politóloga Paula Muñoz, de la Universidad del Pacífico.
Lo que sucede en el país desde el ascenso de Alberto Fujimori (1990-2000), es que los partidos como tales prácticamente han desaparecido y lo que surge son «individuos con aspiraciones políticas con pocos intereses e incentivos para formar parte de un colectivo».
A la inversa, los partidos, salvo excepciones, apenas tienen militantes y languidecen en la oscuridad, y requieren figuras que les permitan atraer votos y mantenerse vivos, pues la norma peruana les exige obtener al menos un 5 % de los votos en cada elección para seguir en el registro electoral.
«Así se da esta negociación de último minuto, de posibles candidatos con posibles partidos. Las franquicias políticas tienen la marca, pero no tienen organización real, ni candidato con potencia, y ambas partes buscan un mercado», añadió Muñoz.
MARADONA EN EL NÁPOLES
Un «fichaje» sonado de esta última semana fue el de George Forsyth, el popular alcalde del distrito limeño de La Victoria desde enero de 2019, exarquero de Alianza Lima, y protagonista de una cruzada a pie de calle contra las mafias, el caos y la corrupción en su localidad, donde se encuentra el emporio comercial de Gamarra, el mayor del país.
Tras su paso por grupos de izquierda, centro y derecha, acaba de afiliarse al partido Restauración Nacional (RN), un grupo evangélico y conservador de escasísima presencia política.
«Es Maradona fichando por el Nápoles. No hay organización, no hay activos mínimos. Forsyth busca un saco para poder armar y desarmar como sea. El escándalo Odebrecht aniquiló a muchos peces gordos y su figura se convirtió en puntera. Y claro, hay muchos equipos pequeños que buscan alguien que llegue así», apuntó a Efe el también politólogo Mauricio Zavaleta.
Si bien aún no anunció si será candidato, todo indica que Forsyth ya encontró su «cascarón» para lanzarse a la presidencia, y ahora tendrá que armar su programa.
«No se ha pronunciado sobre ningún tema de particular o visión programática mayor, pero RN es un grupo evangélico, así que tal vez lo que les interesa sean temas de la familia, antiderechos LGTBQ o igualdad de género… Eso será la contraparte que negocie», indicó el analista.
OTROS FICHAJES
Pero este caso no es una excepción.
Susel Paredes, popular lideresa de la comunidad homosexual peruana, que trabajó con Forsyth en La Victoria, se inscribió en el Partido Morado (centro), con miras a formar parte de la candidatura presidencial junto a Julio Guzmán, el fundador de ese partido cercano al presidente Vizcarra.
Llamativo es también Roque Benavides, multimillonario empresario minero, ex presidente de la patronal peruana y epítome de la derecha económica, quien se afilió al Partido Aprista Peruano del fallecido expresidente Alan García (1985-1990 y 2006-2011).
«El Apra es un partido fuerte históricamente, pero ahora es un vehículo más, muy minoritario, del que llama la atención su derechización. De nacionalizar la banca en los 80 a ser absolutamente conservador y ortodoxo en términos sociales y económicos», apuntó Zavaleta.
Otros partidos han acogido también en el último minuto a personajes como Pedro Cateriano, efímero ex primer ministro de Vizcarra y exministro de Ollanta Humala (2011-2016), que se afilió a un partido de centro junto con Fernando Cillóniz, ex gobernador de la región sureña de Ica.
El economista Hernando de Soto es otro de estos políticos con un perfil similar, pero que parecen abocados a enfrentarse en una contienda electoral.
Daniel Salaverry, expresidente del Congreso por el fujimorista Fuerza Popular, quien salió de esa agrupación de muy malas maneras, fichó por Somos Perú, un partido ubicado mucho más al centro que su anterior grupo.
INESTABILIDAD
Estas y otras muchas fichas más ya están maniobrando para ubicarse en algún partido y colocarse en posición de salida para las elecciones, y también se unen a otras que ya tienen su partido, como Keiko Fujimori y Fuerza Popular, el ex general populista Daniel Urresti o el también exmilitar preso Antauro Humala.
Tanto candidato expone también otro problema para el sistema político peruano: la inestabilidad.
Con muchos partidos en la primera vuelta, es prácticamente imposible que uno logre la mayoría suficiente para ganar, lo que prácticamente garantiza que la presidencia se tenga que disputar en una segunda vuelta.
Sin embargo, los asientos en el Congreso sí se reparten en la primera votación, lo que daría un parlamento con muchos grupos, poco numerosos.
«Tener un gobierno con pocos votos en el Congreso, es un escenario posible. No hay candidatura que se proyecte aún, y la fluidez es muy grande. No hay tampoco mucha distinción de oferta ni bloques, porque todo se centra en individuos que no quieren negociar ni hacer alianzas», añadió Muñoz.
Es decir, los candidatos presidenciales son conscientes de que se puede llegar a la segunda vuelta con pocos votos, y una vez allí, captar votantes de sus «similares» ya derrotados.
«Está la posibilidad de tener que votar en una segunda vuelta entre lo malo y lo peor. Ahora todas las figuras son medianas, y tenemos el contexto de la pandemia, que dañó a todos los peruanos. Es un escenario preocupante con radicalismos de uno u otro signo que pueden pasar fácilmente a segunda vuelta. Pero nadie quiere negociar antes, pues literalmente todo el mundo puede sacarse la lotería», razonó Zavaleta.
En Perú, el incentivo político parece estar no en negociar, sino en participar, pues incluso si uno no pelea por la Presidencia, puede obtener un grupo parlamentario y, con eso, «una ganancia».
Y peor aún. Una vez en el Congreso o en el Palacio de Gobierno, los débiles lazos de lealtad así generados llevan rápidamente a la defección y el transfuguismo, como se ha visto una y otra vez en los últimos años, lo que aleja cualquier atisbo de normalidad política. EFE