OPINIÓN|
Creo es tiempo de decir basta y recordar lo que significa ser cuencanos. Este pueblo libre que no le debe nada a nadie, y menos aún al gobierno central, tradicionalmente centralista y ajeno al territorio. Y digo esto a raíz de un nuevo desplante entre las innumerables muestras del centralismo. Los hechos son los siguientes: en octubre del 2011 el Concejo de la Judicatura nombró a Cuenca como la sede permanente de la Escuela de la Función Judicial, reconociendo así lo que nuestra ciudad representa para la justicia: un ejemplo de eficiencia y honorabilidad cuya tradición se remonta a 1820 y el primer Senado de Justicia creado luego de la independencia; un pueblo adecuado para formar jueces de ética inexpugnable, capaces de resistir los apetitos de la política y los delirios de grandeza del poder, tan comunes en nuestros días.
¿Quién hubiera imaginado que todo esto no era más que otra broma de mal gusto pensada para restregar en la cara del pueblo más orgulloso del país, este absurdo centralismo capitalino que parecemos no poder superar? Hoy, casi una década después, la Escuela de la Función Judicial sigue siendo una vil mentira. Un rótulo colocado en una minúscula oficina mientras toda la estructura orgánica, logística y operativa sigue funcionando en Quito. Y finalmente, de forma grosera e inaudita, un simple burócrata más del centralismo, en memorando del 15 de octubre de 2020, pretende legitimar la ofensa, bajo el espurio argumento de no contar con el espacio físico adecuado. Pretexto absurdo que insulta la inteligencia de nuestro pueblo y evade el problema central, como es el enfermizo centralismo como signo inequívoco de este gobierno
Y de nada han servido las protestas innumerables ni las resoluciones y exhortos levantadas en el pleno de los concejos cantonal y provincial. Pues bien, si de nada sirve la altura y la razón, entonces otros serán los medios. Somos un pueblo orgulloso que sabe hacerse respetar y va tomando consciencia, ahora más que nunca que cuando celebramos nuestra independencia, de esa herencia de los abuelos que se traduce en una sola y contundente realidad: con Cuenca no se juega… (O)