La del Covid-19 tiene su origen y resultado que lo venimos observando. Crisis social, económica y global. Su solución: el tiempo, convivir con ella y cumplir con las medidas de distanciamiento y contención del virus.
Pero este tiempo ha dejado reveladas otras pandemias. Sus características: producir efectos negativos, debilitar la poca institucionalidad del país, desatender a las construcciones mínimas que se había -con tanto esfuerzo y tiempo- desarrollado en la sociedad. Las otras pandemias: desorden, viveza y sentimiento de inmortalidad.
Empecemos por la última. Hay una especie de inmortalidad asumida o quizá será -puede ser que no sabemos- una repartición escondida de vacunas que no han llegado a todos y solo a algunos. Basta mirar la confianza en procurar reuniones y ágapes sociales sin distanciamiento, ni mascarilla y menos precaución. Vale todo. La fiesta de disfraces, el café cumpleañero, el té de actualización y el festejo bicentenario. Las calles se miran inundadas de cercanía que pasa por reuniones familiares y sociales a luz de día y también -algunas cuidadosas- a escondidas. El sentimiento de inmortalidad camina la ciudad.
La viveza se ha puesto de manifiesto y parecería no tener marcha atrás. La corrupción y avivada actuación es vista de inteligentes y astutos que lograron lo que nadie más se dio cuenta. Y claro, no es así, los demás entendieron del respeto de lo ajeno y la comprensión de principios y valores en el diario proceder. Hay un abuso en la conducta y proceder para lograr beneficio propio y egoísta. En las vías, las filas, las compras, los acompañantes escondidos en el aforo reducido. El criterio de viveza, desconcierta la racionalidad.
El desorden ha marcado este tiempo. Todo es urgente y nada puede esperar. Hay urgencia para salir, reunirse e incumplir con los mínimos en la respuesta a una pandemia. No se observan las normas de convivencia. Las instituciones públicas creen aún en la generación de trabas, límites, responsables ocultos y vicios burocráticos que conducen a más desorden que alimenta a la confusión y desazón social.
El Ecuador vive otras pandemias, y sus responsables no son -como siempre se acusa- única y exclusivamente el Gobierno de turno, ni los traicioneros o “vende patria”. Ya vimos que no hay y no existieron ni las manos limpias -incluso con tanto alcohol de este tiempo-. Hay responsabilidad de quienes estamos llamados a afrontar y salir de estas y otras pandemias. (O)