Durante nuestra existencia vivimos momentos diferentes; unos son alegres, otros vestidos de tristeza, los hay dolorosos y otros de esperanza. Así suma un gran cúmulo de experiencias que nos enriquecen, de tal suerte que cuando la muerte llega, es el principio inmortal el que persiste, desvestida de lo efímero. Gandhi citó: “Sí la muerte no fuera el preludio a otra vida, la vida presente sería una burla cruel”. Sí alcanzamos madurez significa que hemos llegado a puerto, para los jóvenes es sinónimo de naufragio.
En el colegio Rafael Borja, como estudiantes tuvimos el gusto inmenso de conocer a un joven profesor, inspector, vicerrector y muy particular amigo, que nos guío como lo hacen los inteligentes, era ya un bachiller de la institución en el año 64 y se había licenciado en Ciencias Sociales y Jurídicas en la Universidad de Cuenca y luego doctorado en la Universidad Católica, poseedor de una suigeneris forma de cumplir con su misión, con rigidez y disciplina, así como con entendimiento hacia los actos propios de la juventud en esplendor.
Propietario de una muy fina conversación, entretenida y aleccionadora, supo ganarse el respeto y consideración y eso dice claramente de su personalidad y cualidades de líder que fue en muchas instancias de su vida, tanto privadas como públicas.
Una amplia y prolífica hoja de vida, que habla de sus virtudes y vocación de servicio. Fue Secretario de la Gobernación del Azuay y de la I Municipalidad de Cuenca, Director de la Contraloría General del Estado regional II, Ministro Juez en el Tribunal Distrital de lo Fiscal con sede en Cuenca. Catedrático además en las Universidades Católica de Cuenca y del Azuay.
Una pérdida para Cuenca y particularmente para su distinguida Familia, a quienes hacemos llegar nuestra sentida nota de pesar. (O)