Dicen los sabios que el hombre debería vivir una vida plena de 160 a 210 años, mas no es así. Causa asombro y es noticia cuando una persona pasa levemente los 100 años. Matusalén, indican, vivió por sobre los 900 años. Cabe preguntarse por qué esta diferencia tan marcada. Varios factores: insano medio ambiente, agua y aire contaminados, mala comida y erradas prácticas alimenticias, envenenamiento mental, la poca sincronía con el cosmos, etc.
Desde pequeños nos enseñaron a consumir leche de vaca. En los bebes se la sustituye por la irreemplazable leche materna y de inmediato lo intoxica y sufre vómitos y diarrea como expresando que a su cuerpo no le va este “alimento” y de ahí la ingerimos hasta morir.
La medicina tradicional dice que no debe faltar de la mesa la leche porque tiene esto, esto y aquello y el calcio que toda persona necesita para evitar la temible osteoporosis y la pérdida ósea, sobre todo en la adultez y ancianidad, pero no menciona que el calcio sin la vitamina D no es digerible por el cuerpo y menos el calcio de las leches animales a la cual busca más bien eliminar por todo medio y al no ser posible se amontonan como costras en el organismo. En resumen, el cuerpo no coteja esta secreción animal así tomemos toneladas del producto.
La leche y sus derivados van minando poco a poco la vida. Impide que las articulaciones sean más flexibles y nos llena de nocividad. En Occidente se hizo común desayunar café con leche; no es desayuno si no lleva estos dos componentes de difícil digestión por el alto contenido de grasa animal vinculable con el cáncer, además. Tomamos en la media mañana, almuerzo, mitad de la tarde, merienda y a veces cerca de acostarnos. En Italia maduran el queso hasta agusanarlo y los comen aplastándolos y untándolos en panecillos. Con normas legales intentan proscribir esta proterva maña alimenticia.
Somos la única especie que se alimenta con las secreciones de otra especie convirtiendo este hábito en práctica anti-natura que la pagamos con la vida. (O)