En un mundo que esta de cabeza, en donde lo malo es llamativo y lo bueno pasa desapercibido, hay seres humanos maravillosos que con todos sus años vividos dejan huellas. Aquellas mujeres y hombres campesinos tienen valores tan loables y necesarios para una sociedad “educada” carente de normas y buenas costumbres.
La vida me ha dado la oportunidad de tratar con personas de la tercera edad que viven entregadas a la crianza de los animales, al cultivo de las plantas y ser verdaderos vecinos. Antes de las 7 de la mañana están sacando la leche de las vacas. Para cuando uno llega a su morada lo reciben con un saludo fuerte y cálido. Ellos con más de 85 años de edad tienen tiempo para mirar a los ojos y cruzar palabras que se convierten en una entretenida tertulia.
Con la leche recién sacada salgo contenta, les entrego su dinero y agradezco el que me puedan vender su producto. Ellos precisan “venga no más cuando quiera, aquí estamos para servirle”. Al no tener cambio para dar el vuelto, de forma espontánea y con un voto extremado de confianza pronuncian: “Tranquila vaya no más, en otra que venga me ha de pagar. Para eso esta la palabra, que vale mucho más que el dinero”.
Esa frase me hizo entender que aun hay lugares donde la inocencia no se ha perdido, donde la confianza esta a flor de piel, donde los valores y la amistad nos llevan a conservar esa humanidad que poco poco se va desvaneciendo en medio de tanto distanciamiento social, violencia, necesidad, materialismo y egoísmo.
A mis vecinos lecheritos no les motiva el dinero para trabajar, les impulsa esa gratitud de vivir, estar en contacto con la naturaleza y servir a los demás. Gracias a Dios, ellos y ellas no se han dejado persuadir de las mañas de la modernidad y siguen siendo hombres y mujeres con principios y valores, cuyas buenas costumbres quisiese que se expandan como el coronavirus en una sociedad tan carente de humanidad y de ese principio de un buen vivir. (O)