El día jueves 9 de diciembre se celebró el “Día internacional contra la corrupción”, así designado por la ONU. En este marco resulta oportuno analizar el tema de la corrupción, como un fenómeno que connota la vida política y el funcionamiento de los Estados.
Una de las causas de las crisis políticas, que ocurren hoy en diversos países del mundo, tiene que ver con la corrupción de la clase política gobernante; una situación que sólo podría ser superada si se enfrentan las causas de fondo de este grave problema ético y legal.
Una de las causas estructurales que incentivan a la corrupción tiene que ver con el modelo de sociedad que hoy impera en el mundo; siendo necesario, por lo tanto, impulsar un proceso de educación en nuevos valores, que pongan en entredicho los valores sociales como la búsqueda del beneficio individual, el consumismo y el desmedido afán por la riqueza material (la concupiscencia).
Otra causa de fondo tiene que ver con el tipo de modelo político vigente en la sociedad, sobre todo si se trata de un modelo que hace permeable el cometimiento de actos ilícitos en el manejo del Estado y la impunidad.
En el caso de Ecuador, por ejemplo, durante más de una década se asistió a la concentración de los diversos órganos del poder político estatal en manos de un solo órgano (el Ejecutivo); anulando, con esto, la posibilidad de los frenos y los controles necesarios que conlleva una auténtica división e independencia de poderes del Estado. Se trata de una situación que no ha desaparecido del todo, pues en los dos últimos Gobiernos también se haría evidente el control del Ejecutivo sobre ciertos órganos de control del Estado, como la Contraloría y la Fiscalía.
Por otro lado, la presencia de una democracia meramente representativa, donde la participación de la gente se reduce a depositar un voto en elecciones, sin que intervenga de una manera activa y permanente en los asuntos del Estado, también ha contribuido a la corrupción de políticos y burócratas.
Es necesario, entonces, trabajar por una democracia participativa y por un cambio en la cultura política, que permita superar aquello de que “político que no roba es tonto”, y que promueva valores como el mérito, la honestidad, y la lucha por ideales y no por el dinero.