Dos años después de haberse declarado en Ecuador la emergencia a causa de la pandemia por el Covid-19, el gobierno decide poner fin a las restricciones.
La letalidad del mortal virus, su rápida expansión, obligaron a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a declarar la pandemia.
El mundo entero se confinó en medio del pánico colectivo, mientras la ciencia se afanaba por descubrir un antídoto, en tanto cada país, bajo las directrices de la OMS, impuso restricciones severas, cuyas repercusiones de toda índole no se hicieron esperar.
El gobierno del entonces presidente Lenín Moreno hizo lo suyo. Entre acciones hasta heroicas, sobre todo del personal de la salud, hubo otras cuyo recuerdo aún nos duele y avergüenza.
El régimen del actual mandatario Guillermo Lasso, aplicando la “diplomacia de las vacunas” logró inmunizar a casi toda la población. Un esfuerzo sin duda categórico y vital para la decisión de levantar las restricciones.
No obstante, por precaución se mantiene el uso de la mascarilla y las medidas de bioseguridad. Su levantamiento será cuestión de poco tiempo.
El Comité de Operaciones Emergentes (COE nacional) dispuso el aforo del ciento por ciento en todos los eventos deportivos, restaurantes, centros comerciales, cines, sitios de entretenimiento y lugares de trabajo.
Según el gobierno, la pandemia está bajo control. Los contagios siguen a la baja; igual la hospitalización por casos Covid-19.
Además, en el país ya no circula la variante delta; pero sí la ómicron, en tanto la nueva subvariante no sería letal ni peligrosa.
Se trata de una resolución esperada hasta con cierta desesperación por todos los sectores productivos, ni se diga por miles de ecuatorianos dedicados a la informalidad.
La pandemia como tal aún no es declarada endémica. No está vencida del todo; pero en el caso del Ecuador el fin de las restricciones es un gigantesco paso. Permite trabajar con optimismo para reactivarse en todo sentido. Deja serias lecciones a la humanidad. Habrá tiempo para hablar sobre ellas.
