Una constante en la historia de la humanidad ha sido la aparición de nuevas enfermedades con las correspondientes consecuencias negativas y los esfuerzos por combatirlas y encontrar soluciones que en el pasado llevaban largo tiempo. Como un sacudón a la arrogancia humana, hace dos años apareció un nuevo virus plenamente desconocido por científicos de alto nivel y de preocupante propagación, lo que llevó a tomar medidas extrañas como la reclusión y limitación de personas en reuniones, con los consiguientes efectos en la economía de organizaciones de alto nivel, así como de personas comunes y corrientes con el azote del desempleo.
El gobierno de nuestro país hace pocos días anunció la eliminación de aforos para eventos de diversa índole y la posibilidad de eliminar el uso de la mascarilla en lugares públicos en los próximos días. Consideramos que esta decisión se ha tomado fundamentada en razones suficientes. Aparecieron las vacunas que se han difundido ampliamente que, si bien no eliminan totalmente la posibilidad de contagio, la reducen sustancialmente. Parece que han aparecido medicamentos para mitigar el efecto de esta dolencia lo que, en estos tiempos, ha tomado poco tiempo y hay la esperanza de que pronto se lograran avances más importantes.
Las agudizaciones y mitigaciones de este mal se han dado en corto tiempo, lo que nos lleva a pensar que esta medida conlleva ese riesgo que hay que correrlo ante la posibilidad de eliminar por más tiempo esta decisión. Hay indicios alentadores como la alta disminución de contagios luego del carnaval y la primacía de la variación ómicron que es menos agresiva. Consideramos que la medida tomada es acertada ya que no cabe prolongar indefinidamente este tipo de restricciones. Los riesgos hay que correrlos, pues de otro modo se mantendría la incertidumbre y pesimismo en la mayoría de ciudadanos. Esperamos que se mantengan hábitos positivos que esta pandemia ha generado.