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La tragedia de un tuit perverso

El periodismo entendido como patrioterismo, fanatismo o imprudencia siempre será letal para la verdad. Y si se lo hace por redes sociales, peor aún.

Días después del sorteo de los grupos de las selecciones nacionales que irán a Qatar a jugar el mundial de fútbol, el periodista colombiano Sebastián Bejarano publicó en su cuenta un tuit en el que mencionaba que el jugador ecuatoriano Byron Castillo tiene problemas con su nacionalidad, pues habría nacido en el país del norte y no en nuestras tierras.

Al día siguiente, Bejarano intentó retractarse con otro tuit en el que pretendía negar lo escrito 24 horas antes y sostenía que el tema ya fue aclarado, a su tiempo, por la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF).

Pero en pocas horas, el experimentado periodista (?) ya había desatado una tormenta devastadora.

Los dirigentes de las federaciones colombiana y chilena, cuyos equipos no lograron llegar a Qatar 2022 por mal rendimiento y porque en las eliminatorias no alcanzaron los puntos para lograrlo, mostraron de inmediato su ambición y sus malas artes

Si con esa información de Bejarano se podía solicitar a la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), entidad rectora de este deporte en el mundo, la sanción a Ecuador (clasificada por méritos y puntaje), era el momento para intentar que se abriera una ventana por donde ir al mundial.

Chile fue de frente. Contrató a un abogado brasileño famoso por el altísimo costo de sus honorarios y se puso a hacer la tarea. El show mediático había empezado. El linchamiento periodístico a Ecuador y a Byron Castillo, también.

Los colombianos prefirieron la mojigatería. No denunciaron a la FEF, pero sus periodistas y sus dirigentes se frotaron las manos porque, de carambola, si la FIFA quitaba los puntos a Ecuador podrían, al igual que Chile, entrar por la ventana.

Inmorales, sin ninguna ética, los medios deportivos de ambos países (más los de Chile que los de Colombia, quienes se mantuvieron solapados a la espera del milagro de la competencia desleal) desataron una campaña para convencer no solo a la FIFA sino, lo más grave, a sus hinchas.

No hubo ningún reparo, ningún prejuicio, ningún cuidado, ninguna responsabilidad. Había llegado la oportunidad de borrar de la memoria de los hinchas la pésima actuación de la selección chilena en las eliminatorias, hacer una lobotomía en la mente social y torcer los hechos hasta convertirlos en una presunta realidad.

Si en las condiciones tan dramáticas como las que está viviendo Chile con un gobierno de izquierda radical y con la formulación de una polémica nueva constitución que se votará en septiembre próximo y que, al menos en teoría, dejará atrás los tiempos oscuros del pinochetismo, para los dirigentes futboleros y la prensa acólita no fue mala idea mantener a la población lejos del debate político esencial y distraerla con una caja china: “Chile irá al Mundial”.

En casos como estos, el rol de la prensa monolítica, influyente y poderosa puede llegar a rebasar los límites más tenebrosos. Los medios mienten e incumplen todas las normas básicas de la ética social y periodística cuando crean presuntas verdades sobre la base de un rumor o una hipótesis.

Los medios digitales deportivos -ciertos medios digitales deportivos- se sumaron a la campaña de confusiones, ataques, especulaciones y maledicencias. Entre sus estrategias no solo estuvo aquello de pretender posicionar una supuesta realidad, sino la de debilitar, desmoralizar y desconcertar a los ecuatorianos, sobre todo a los jugadores, al director técnico, a los directivos y a los hinchas.

El perverso tuit del periodista Bejarano, más allá de que este se haya disculpado con el Ecuador en otro tuit, logró también construir en Colombia el imaginario de que la selección de este país también podría ir al Mundial. Una manera de decir, sin decirlo, que ellos (chilenos y colombianos) sí tienen derecho a ir a la cita internacional, mientras que Ecuador no.

Umberto Eco, el filósofo y escritor italiano, decía que las redes sociales llegarán a parecerse a las tabernas del siglo XVI, donde iban los borrachos a vomitar todas sus visceralidades y excrecencias.

Muchos periodistas, políticos e influencers que abren cuentas en Twitter lo hacen para eso, tal y como predijo Eco. A nombre de una supuesta “libertad de expresión”, insultan, ofenden, calumnian, desacreditan, colocan elementos para la sospecha, atacan la dignidad de personas o instituciones, destruyen reputaciones y carreras construidas con esfuerzo y responsabilidad.

Y no solo eso, sino que logran que sectores interesados los crean y sustenten sus falaces argumentos en lo que ya se dijo en un tuit, cuando lo que correspondería, si siguieran las normas elementales de la coexistencia pacífica y de los valores deontológicos, es verificar y comprobar antes de actuar.

Asistimos así a una cadena de felonías de entidades e individuos tramposos que, a falta de sustentos legales y éticos, se convierten en tenaces defensores de una supuesta situación que podría favorecer sus intereses y sus deseos de esconder sus fracasos en leguleyadas.

Resulta peligroso para la sociedad y para la confianza de los ciudadanos cuando se juntan los cacareados derechos a la libertad de expresión (que, en realidad, es libertinaje) con la necesidad de un poder específico de hacer daño a quienes logran sus objetivos con limpieza de procedimientos y con el mérito que les corresponde por su esfuerzo y por su capacidad.

El irresponsable periodista Sebastián Bejarano no debería quedar impune luego de lo que provocó.

La FEF debería pedir a los dirigentes del periodismo colombiano o al medio donde él trabaja una sanción contra Bejarano, aunque fuera moral, pues su deseo de ganar likes y seguidores generó una cadena de graves situaciones internacionales y puso al fútbol profesional sudamericano en un escenario vergonzoso y en una lucha enfermiza basada en un comentario que pudo ser apresurado, pero, de ninguna manera, inocente.

Todo lo ocurrido con el perverso tuit y sus consecuencias debería investigarse y, de los resultados de estas investigaciones, se debería enjuiciar a quienes fueron los responsables de lo que pasó después.

En su libro “Mundo Twitter”, el experto español José Luis Orihuela dice que la clave para tener credibilidad en esta red social está en tener muy clara la norma de que un tuit no está controlado por ninguna norma colectiva y, por tanto, una vez enviado no se puede detener ni echarse para atrás.

“Twitter son personas conversando con personas y creando vínculos con personas e instituciones de todo tipo. Es gente hablando, escuchando y respondiendo. Es personal, pero también es comunitario”, enfatiza el maestro.

Y concluye: “Como en todas las comunidades, también la de Twitter tiene sus códigos. Conviene aprenderlos y practicarlos antes de proyectarlos al mundo ya que, de lo contrario, el efecto puede resultar devastador”.

Eso es lo que provocó el perverso tuit de Bejarano, un periodista (?) que, en este caso, se portó como un torpe elefante caminando por una cristalería.

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