En junio de1972 llegó el primer barril de petróleo extraído del Oriente al terminal petrolero de Balao, en Esmeraldas.
A lo largo de este medio siglo de “era petrolera” siempre está presente la fotografía del entonces dictador Guillermo Rodríguez Lara, montado en un camello durante el acto inaugural de la terminal, pronunciando la frase: “vamos a sembrar petróleo”, si bien no es de su autoría.
Comenzaría toda una historia plagada de vicisitudes. Desde promesas de pleno desarrollo para todos, hasta daños ambientales irreversibles, pasando por una rampante corrupción; y convertidos, sus derivados, en detonantes de explosiones sociales, como las vividas en estos últimos tres años.
Desde entonces, el financiamiento del presupuesto general del Estado se apuntala en ese recurso natural.
Su explotación le permitió al país subirse al tren del endeudamiento externo. No ha parado desde entonces. En los últimos catorce años, incluso comprometiendo ventas anticipadas con una intermediación corrupta de por medio.
Se construyó infraestructura. La refinería de Esmeraldas, por ejemplo; igual los oleoductos. No ha estado libre de daños causados por fenómenos naturales.
En este medio siglo de explotación serían más de mil millones los barriles de petróleo extraídos, en tanto las ventas superarían los 186 mil millones de dólares, de acuerdo a una investigación de Vistazo.
El “oro negro” en algo ha contribuido al desarrollo del país, pero no en las perspectivas esperadas ni en forma equitativa. A las provincias orientales, recién en los últimos años se les ha retribuido por la riqueza extraída de sus suelos. Han asumido una defensa ambiental acudiendo a Cortes internacionales.
Al sube y baja de los precios internacionales del crudo se añade la desquiciante corrupción petrolera, como la descubierta en los últimos lustros. No debe descuidarse la pésima calidad de los derivados, en tanto las reservas cada vez son menos, y el cambio climático obliga a buscar alternativas no contaminantes.