Cada humano es un ser único e irrepetible que tiene su propia esencia, rostro, personalidad, carácter, historia, gustos, frustraciones, aspiraciones, sueños y miedos; pero al formar parte de las estadísticas se convierte en un número frío y distante. Entonces, resulta ser que las estadísticas terminan opacando la sensibilidad y la esencia de la humanidad.
Recordemos el contexto mundial de la pandemia vivida en el 2020, cifras y cifras de gente muerta; incinerada y sin la posibilidad de un entierro digno. Aunque esas noticias nos aterraban y desestabilizaban emocionalmente, cuántos de nosotros nos pusimos a reflexionar que quienes murieron tenían familias, amigos y propósitos por cumplir en esta vida. De igual forma, en los pasados 18 días en que se vivió el paro nacional, cuántas de esas personas que murieron haciendo escuchar su voz, están haciendo falta en sus hogares. Definitivamente, solo quien ha vivido estas situaciones extremas de dolor y pérdida, sabe que la persona muerta tenía un rostro, una vida por seguir, por tanto, su partida es tan irreparable como para aceptar que fue uno más, de una larga lista de muertos.
A propósito del agitado contexto nacional, preguntémonos ¿qué nos esta sucediendo como humanidad? Nos estamos acostumbrando a aceptar el vandalismo, la inseguridad social, la discriminación, el regionalismo. Con libertad creemos que somos superiores, tildando el accionar de los indígenas, seres humanos que pese a trabajar ganan menos de un salario básico. Sus hijos no han podido acceder a las escuelas y colegios, porque no hay interés de políticas educativas pensadas en la ruralidad.
Gracias a la valentía de nuestros hermanos indígenas, la protesta social se hizo eco en las calles y carreteras del país. Si hay que culpar a alguien del paro es al Gobierno Nacional, por no atender nuestras necesidades y por cerrarse al diálogo. Esperemos que la gente que murió, no solo sea parte de fríos números sino un ejemplo de valentía y esperanza por días mejores. (O)