En Ecuador, temas trascendentales se debaten muy poco. Nada mismo. Se los deja a merced de las coyunturas políticas.
La propuesta federalista, hecha por el exalcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, da lugar a varias reacciones, si bien de oposición la mayoría.
Empero, y allí radica la importancia, empuja al país a debatir, no aspectos baladíes sino de enorme importancia.
Sin dar la razón del todo al proponente, el centralismo, tan antiguo como la República, es el dogal de la inequidad, de grandes desajustes socio-económicos, y más injusticias. Ha dado lugar a la existencia de provincias de primera, de segunda y de tercera.
Este es un problema, por el momento difícil de resolver, si bien en teoría hay algunas disposiciones legales y constitucionales.
El centralismo, fuente de una frondosa burocracia, está arraigado hasta en la mente de quienes viven de él. Se considera dueño absoluto de los millones de tributos pagados por los ecuatorianos, decide y resuelve todo; y esto es.
Una especie de caciques ven al resto de la República solamente como “provincias”. Creen aún en el colonialismo. Hasta se inventa fraseologías, como eso de decir “nos vamos a territorio”; o, para cualquier cosa “diríjase a la matriz”.
En la Constitución se estableció la creación de regiones autónomas; es decir, la unión de dos o más provincias, previa consulta popular. Se creó la ley correspondiente; igual el Cootad. Todo estaba listo para regular la descentralización territorial de los diversos niveles de gobierno.
Los prefectos debían liderar ese proceso. Ninguno lo hizo. Pero, a cambio, el Gobierno Nacional debió asumir ese reto. Ni siquiera se inmuta.
Es hora de debatir en serio para quitarse de encima el centralismo. Hasta a los Gobiernos les iría bien. El tan pregonado país unitario ya no da más si persiste ese yugo político, económico, administrativo. ¿Lo entenderán los políticos?