José Chalco Salgado
La Ciudad experimenta una desafiante realidad en la proliferación de construcciones sin permisos. Basta con levantar la mirada, mirar hacia las elevaciones del sur o del norte de Cuenca y se ve una sistemática fórmula constructiva invasiva, peligrosa, dañina y frágil.
Algunas ocasiones llevan pintorescos colores, en otras se mira la edificación en medio de árboles y amplio lodo al haber eliminado vegetación natural con su función de absorción de agua lluvia.
Son plomas, con columnas finitas, techos por caerse, insisto, frágiles, muy frágiles. No se respeta leyes de la física, exigencias de la ingeniería civil y arquitectónica para la construcción, tampoco se observa un mínimo respeto a ordenanzas municipales, planificación o tutela a riesgos.
Se construye junto a quebradas o laderas, tienen novedosos pozos sépticos que filtran a la tierra y zonas bajas agua, mucha agua y otras sustancias más. Además, la conservación de la naturaleza y belleza de nuestra Cuenca entre verde, montañas y colinas se está perdiendo.
Se está invisibilizando el sentido y razón de lo estético y cuidado por la población y su futuro. Parece presentarse una carencia de acciones y decisiones conducentes a enfrentar un abusivo uso del espacio. Nada importa.
El peligro es compartido con la vulneración a la naciente comprensión del derecho al paisaje. Pues, el paisaje es un bien jurídico digno de tutela, que se vincula a otros derechos y comprensiones sociales para la convivencia y desarrollo, en el que se asientan tres elementos: espacio físico, referencia visual y factor estético.
Entonces, el cuidado por el otro, por lo que es común y por reinventar a Cuenca, es urgente. (O)
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