Una señora de 84 años de edad, el domingo 13 de abril (13-A) pidió a sus hijos que la lleven a votar. La última vez que lo hizo fue cuando dirimieron Noboa y Correa.
Mi madre, 88 años de edad, domiciliada en Machala, por cuestiones de salud en Cuenca, lamentaba no poder votar, según decía, por “mi Noboíta”, aunque años atrás nombrada al que sabemos como “mi Correíta”. No sé qué la hizo cambiar.
Conocidos los resultados que marcaban la tendencia a favor de Noboa se percibía un ambiente como el que se siente cuando, ante la amenaza de una tormenta finalmente no ocurre.
Igual a como cuando un familiar sufre un bajón intempestivo en su salud e ingresa a la clínica, y luego de horas de angustia, hasta de imaginar lo peor, el médico sale y dice, tranquilos, tranquilos, está a salvo. Y todos se abrazan; lloran de alegría.
Un vecino comentaba que fue a Misa de Ramos y pidió a Dios que iluminara a la gente para que no regresen los que sabemos.
Ganas de decirle como que si Dios fuera político, como dan ganas de decirle a quien sea, cuando, como si Dios supiera de fútbol, le pide que haga ganar al equipo de sus amores.
Aquel vecino, ayer me saludó con su pulgar hacia arriaba. Unos paisanos me “WhatsAppearon” con mensajes aludiendo a que ganó la libertad.
¿Cómo una elección que debe dirimirse entre dos mortales que aspiran al poder y sus propuestas, termina, en gran parte, zanjándose en base al miedo que representa uno de los dos; incluso por el odio, el rencor y hasta lo condenable, que uno de ellos ha despertado en la gente?
El viernes, otro gran amigo comentaba, y en serio, que si ganaba la opción que ahora es la perdedora, no es tanta la preocupación, sino que se quedará en el poder por décadas, y que para hacerlo someterá a todos, incluso a palo, copando todos los espacios de poder.
¿Y la otra opción? Cuando menos, en cuatro años se irá a su casa; o, de ser el caso, hasta se le puede derrocar, respondió sin inmutarse.
Hay una corriente política, diríase mas bien un hombre, que ha acumulado y acumula tantos pecados mortales, tanta cicuta, tanta agua servida de alcantarilla, que cuando pretende volver al poder, se juntan todos, tirios y troyanos, para impedirle y apostar por el mal menor.
¿Hasta cuándo el país seguirá bajo esa misma disyuntiva? ¿No es hora de que esa corriente, ese hombre, a ratos desquiciado, enajenado, se rebobinen, cuando menos que renuncie a él o que él se haga a un lado, aunque él y por él esa corriente sobrevive, usufructúa y constituye una gangrena incurable para el país, paradójicamente con miles de olientes? (O)