Es la actividad diplomática de la Santa Sede que promueve la paz, la justicia, la libertad religiosa y la cooperación, e influye significativamente en la escena internacional en asuntos morales y sociales.
Su historia se remonta al siglo V, cuando el papa Inocencio envió representantes a otros países, pero fue durante el papado de León I el Magno que se estableció formalmente la práctica de trasladar legados papales (nuncios) a otras partes del mundo. En el siglo XV, Inocencio VIII, formalizó esta práctica con la creación de la Secretaría de Estado en 1487.
La importancia histórica que se ha concedido a la representación vaticana es de tal magnitud, que, en varios países, el nuncio apostólico tiene precedencia protocolaria sobre el resto de embajadores, siendo considerado el decano del cuerpo diplomático.
Esta función, en su larga y respetada trayectoria, ha desempeñado un rol importante en la resolución de conflictos como el papel clave en la mediación de la crisis de los misiles en Cuba del 62 cuando el papa Juan XXIII aconsejó a Kennedy y a Khrushchev priorizar la paz y el diálogo, facilitando la negociación que permitió la retirada del armamento soviético de la isla; además participó en la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993, marcando un hito en el proceso de paz en Oriente Medio.
Su labor depende de factores como los cambios en la geopolítica global, las necesidades de la Iglesia católica y la evolución de las relaciones internacionales. Algunos desafíos que podría enfrentar incluyen: la globalización y el multiculturalismo; el cambio climático y la justicia social, y su relacionamiento con otros países y organizaciones internacionales. (O)