Hay cosas que no dejan de sorprenderme, por un lado, se celebra la inteligencia emocional, se valora el liderazgo compasivo, se habla de escucha activa; y por otro, se lanza la idea de que la empatía podría ser la debilidad fundamental de Occidente, y lo dice nada más y nada menos que uno de los hombres más poderosos e influyentes del planeta.
Elon Musk, sugiere que la civilización se ablanda con la empatía, que esta sensibilidad hacia el otro puede volverse un punto débil, y lo más triste es que no es el único que piensa así. Al parecer, la compasión molesta cuando interfiere con la eficiencia, lo humano estorba cuando se interpone a lo innovador.
Y, sin embargo, Hannah Arendt, quien vivió en carne propia los horrores de la deshumanización, manifestó a través de su obra la idea de que la pérdida de la empatía es una señal temprana de barbarie, cuando dejamos de ver al otro como un igual en dignidad, cuando nos acostumbramos a su dolor o justificamos su exclusión, estamos a un paso de lo irreparable.
La empatía no es sentimentalismo barato, es la base del contrato social, de la ética y del arte de convivir sin destruirnos. Sí, puede incomodar la realidad del otro, nos hace reconocer que no todo lo que podemos hacer deberíamos hacerlo. Además, es cierto, no resuelve todo, pero sin ella, nada verdaderamente humano se sostiene.
Si la civilización necesita menos empatía para avanzar más rápido, tal vez el problema no sea la empatía, sino la idea de progreso y la velocidad que le imponemos sin importar a quien se afecta en el camino. Tengamos claro que no todo lo que se mueve hacia adelante nos lleva a un mejor lugar.
Y si sentir con el otro es debilidad, entonces bendita sea la fragilidad que nos recuerda que seguimos siendo humanos. (O)