En estos tiempos de globalización, convertido el ser humano en números y estadísticas económicas, es difícil trazar una línea que separe lo bello de lo feo, lo necesario de lo superfluo, únicamente nuestros espíritus pueden comprender la belleza, vivir y crecer con ella.
La belleza impregna nuestra alma y somos incapaces de describirla con palabras. Sigo pensando que la belleza no está en el rostro, hay caras feas que tienen un encanto fascinador y caras hermosas, que son insípidas para quien las mira.
Existen rostros hermosos hechos por el polvo y el colorete, pero existen otros más bellos, hechos por la fuerza del pensamiento. Para calificar la belleza o la fealdad de una persona, se debe considerar también sus actos cotidianos.
En verdad, la naturaleza de cada uno está determinada en el momento de nacer o aún antes, algunos son naturalmente mezquinos y duros de corazón, otros son francos, rectos, bondadosos, otros son naturalmente flojos y débiles de carácter; estas cosas están en la “médula” de cada uno, y desgraciadamente ni el mejor maestro o el padre más sabio puede modificar el tipo de pensamiento de cada uno.
Muchas cualidades bellas y buenas, se adquieren después de nacer, por la educación y la experiencia, las ideas, pensamientos e impresiones, provienen de diferentes corrientes de influencia en diferentes períodos de la vida.
Lo que vive siempre tienes cambios y movimientos, por lo tanto, tiene naturalmente belleza. Así la belleza de la forma es intrínseca y no extrínseca.
Como ejemplo de lo anteriormente mencionado: los cascos del caballo están diseñados para un veloz galope, las garras del tigre para cazar, las manazas del oso para caminar sobre el hielo; ¿piensan alguna vez el caballo, el tigre o el oso en la belleza de sus formas y proporciones? Todo lo que hacen es funcionar en la vida. Su belleza proviene de su movimiento, y sus formas corporales son el resultado de sus funciones fisiológicas.
Cuánto tenemos que aprender los seres humanos de la naturaleza y aún del reino animal, para calmar nuestras angustias, frustraciones y vanidad. Khalil Gibrán decía: “Cree en la divinidad de la belleza natural, que es el comienzo de tu adoración de la vida y la fuente de tu hambre de felicidad”.
Estoy convencido que la belleza no está en el rostro, sino en una armonía entre la alegría y la tristeza que comienza en nuestro corazón y acaba fuera del alcance de nuestra imaginación. (O)