En su más reciente libro “La mujer incierta”, Piedad Bonnett escritora colombiana, desde un fondo autobiográfico nos permite vernos y ver situaciones comunes y colectivas que han hecho y hacen parte de nuestras historias, provocando que afloren reflexiones agazapadas, que se soslayan frente a la coyuntura y el caos permanente en el que vivimos.
Dice por ejemplo, que la universidad está salpicada de impostores “personajes insignificantes, a veces siniestros, que logran embaucar a sus alumnos con lo que Natalia Ginzburg llama «ideas artificiosas». Las universidades los toleran porque hacen parte de su ecosistema, elementos naturales que crecen a expensas de las jergas del saber, como el moho en los alimentos…No hay impostor que pueda existir si no lo sostienen sus fanáticos.” Añado que, muchas veces los mantienen los que los nombran porque les sirven.
Al leer lo que señala Bonnett, pensé que si la universidad es un reflejo de la sociedad, sin problema se puede ubicar a los impostores, en los partidos o movimientos políticos, en los gobiernos, en los movimientos sociales, sostenidos por fanáticos, aunque también por aduladores u obsecuentes.
Ojalá los rectores, decanos, directores, presidentes, alcaldes, prefectos…quisieran emprender la tarea de identificar y prescindir de esos, claro está si ellos mismo no lo son. (O)