Hemos preferido la palabra que incendia a la que enciende, la que critica a la que practica, la que confronta a la que construye.
Humanicemos nuestro pensamiento, mediante la puesta en práctica de un espíritu razonable que elimine la violencia verbal y las amenazas, los atentados contra la integridad física y psicológica de todo ser humano. Emprendamos el rescate de la conversación y el diálogo razonable, instrumentos indispensables para la resolución pacífica de nuestras controversias.
La conversación se da más fácilmente, en sociedades de hombres imbuidos de cierto espíritu de paz y justicia, facilitándose la misma, por su grado de humorismo y su apreciación de los matices más ligeros de la vida en general; porque hay un evidente distingo entre charlar sencillamente, y conversar.
Hay muy pocas personas con quienes podemos sostener verdaderamente una conversación. Por mucho peso e importancia que tenga el tema, aunque signifique reflexiones sobre un triste cambio, o el estado de caos de la patria, el naufragio de la misma civilización bajo la corriente de alocadas ideas políticas que privan al hombre de la libertad, la dignidad humana y hasta de la meta de la felicidad humana; o aunque comprenda conmovedoras cuestiones de verdad o justicia, todas las ideas deben expresarse despacio dentro de un marco de respeto mutuo.
Tolerar no es transigir sino respetar a los otros porque tienen la dignidad de personas, y además poseen valores que nos pueden enriquecer y complementar. La verdadera tolerancia respeta las ideas de los otros, aunque no las compartamos. La tolerancia busca fomentar un clima de respeto y buena convivencia: trata de encontrar la verdad con los demás cualquiera sea su punto de partida. Dialoga y asimila. Sabe ganar y perder, sin que la derrota constituya una tragedia.
Las personas intransigentes con que nos topamos son duras, tenaces, inamovibles, y cuando son autoridad imponen sus ideas, marcan límites, crean el bien y el mal, resultan fanáticos con razones, por su talento no pueden ser modelo de demócratas.
La vida en democracia se basa en la convivencia pacífica de la ciudadanía bajo la ley, en la diversidad de modos de ser diferentes; lamentablemente venimos de generaciones de intolerantes en lo político, en lo social y religioso. Nuestra lacerante historia está marcada por sus acciones y las de sus partidarios.
La vanidad y la codicia, son causas de la superioridad ciega, crean el espíritu del autoritarismo que lleva a la discordia y a la opresión.
Emprendamos el rescate de la conversación y el diálogo razonable, instrumentos indispensables para la resolución pacífica de nuestras controversias. (O)


 
			







