Una sociedad no se funda en una Constitución, se funda en un pacto político que deviene de las formas de su socialidad, es decir de las formas históricas que ha asumido la convivencia e interacción de las personas. El pacto político sería un ejercicio previo a la fundación de una Constitución entendida como la expresión simbólica y normativa de esa comunidad que decide darse una forma particular. La inestabilidad y volatilidad de las constituciones en la historia de un país (en Ecuador ya llevamos 20 constituciones), no solo da cuenta de la debilidad con las que fueron planteados tales marcos jurídicos, sino esencialmente la ausencia de las condiciones de posibilidad del pacto político, es decir de la voluntad de (auto)reconocimiento de una comunidad política, de sujetos que a pesar de sus diferencias pueden llegar a acuerdos, que a pesar del conflicto pueden establecer el diálogo. La ausencia del pacto político impide construir el sentido de pertenencia, producir la legitimidad de una ley que no se compadece con el sentido de la justicia, o comprender el sentido de un Estado extraño a las necesidades sociales. Sin un pacto político no se puede garantizar un horizonte ético que oriente el cumplimiento de la ley para beneficio de las personas. Sin el pacto político la noción de bien común queda supeditada a la idea de poder, y la política a ser el horizonte de la corrupción. Sin el pacto político vivimos peor que un estado de naturaleza, en un estado de guerra donde como dijo Spinoza el derecho y la fuerza coinciden, y el derecho de cada uno se extiende hasta dónde llega su fuerza. Más allá de si es o no necesaria una nueva constitución, me parece que la pregunta es si tenemos las condiciones racionales y la voluntad política para construir un pacto político que nos permita vivir, absolutamente a todos, de manera digna. (O)