
Tranquilo, sonriente y alejado del bullicio de las sirenas, Marco Méndez hoy disfruta de la paz del hogar, rodeado del canto de los pájaros, el ladrido de su mascota y los recuerdos de una vida dedicada a salvar otras.
Durante más de 30 años fue conductor de ambulancias de la Cruz Roja del Azuay, institución que este año celebra su centenario, y a la que entregó su vida con pasión, entrega y valentía.
Su historia comenzó en 1990, cuando ingresó a la Cruz Roja como el tercer chofer oficial. Desde entonces, su trabajo no fue solo conducir: fue testigo y protagonista de momentos que marcaron la historia reciente del país y que aún resuenan con fuerza en su memoria.
Una de esas experiencias inolvidables ocurrió la madrugada del 27 de marzo de 1993, cuando el desastre de La Josefina sacudió a la provincia del Azuay.
Méndez fue parte del primer equipo que llegó al lugar, en completa oscuridad, guiado solo por las sirenas y los gritos de auxilio.
“Mucho dolor… gritos desgarradores… y nosotros, haciendo lo posible por rescatar vidas”, recuerda con emoción.
Historias
Pero su memoria también guarda historias de esperanza y milagros. Como aquel accidente en la “Y de Cumbe”, donde dos personas murieron en el acto y una tercera parecía no tener salvación.
“No tenía signos vitales, pero decidimos llevarlo al hospital a toda velocidad”, relata.
Durante el trayecto, un giro brusco lanzó al paramédico sobre el paciente y, por accidente, le presionó el estómago. Increíblemente, el hombre reaccionó.
“Llegamos al hospital y se salvó. Días después, vino a darnos las gracias… lloramos de felicidad”, dice don Marco con los ojos húmedos.
Otro episodio imborrable fue el terremoto de 2016 en Pedernales, Manabí. Como parte del equipo de socorro, Méndez presenció la destrucción y el dolor que dejó el sismo.
“Buscábamos sobrevivientes mientras la tierra seguía temblando, parecía un mar en movimiento. Eran días de tristeza profunda, pero también de entrega total”, relata.
Vocación
Con la misma vocación que lo impulsó desde el primer día, Marco no solo manejaba ambulancias. Al terminar su turno, se convertía en socorrista voluntario.
“Salía de casa temprano y volvía tarde, cansado, pero satisfecho. Sentía que era mi deber con la humanidad”, asegura.
Hoy, retirado de las emergencias pero no del espíritu de servicio, Marco disfruta del merecido descanso junto a su esposa, sus tres hijos y nietos. Se dedica a cultivar frutas en el campo, a viajar y a compartir su historia.
En su dormitorio, aún conserva con orgullo su uniforme de la Cruz Roja: el chaleco blanco, la casaca azul y el gorro que lo acompañaron por décadas.
En el marco del aniversario número 100 de la Cruz Roja del Azuay, Marco Méndez no duda en invitar a los jóvenes a sumarse a la institución.
“Es una experiencia única. Aquí se aprende a amar la vida y a servir con el corazón”, afirma con convicción.
Su historia es la de muchos héroes anónimos que, lejos de los reflectores, hacen del mundo un lugar más humano.
La Cruz Roja del Azuay, hoy centenaria, se honra con el desinteresado aporte de hombres como Marco Méndez, quien demostró que detrás del volante también se puede escribir historia. (I)