Luces navideñas

La luz, frente a la obscuridad, es un elemento esencial a la existencia humana, gracias a ella el mundo en sus múltiples manifestaciones, se incorpora a nuestros ser y posibilita un sistema de relaciones que no serían posibles. La luz está asociada con el engrandecimiento del espíritu que permite vincularnos con los demás en un sentido positivo. Suele la luz compararse con el amor que conlleva un conocimiento de los demás –de manera especial del ser amado- mientras la obscuridad está asociada con la maldad en cuanto acumula los sentimientos negativos de la persona. Más allá del fenómeno físico, la luz es parte del espíritu que genera el optimismo.

En la concepción bíblica, suele asociarse la llegada de Cristo a la tierra como una iluminación del espíritu frente a las limitaciones predominantes en las colectividades humanas. Más allá de los componentes teológicos, la esencia del cristianismo es el amor y su universalidad. El amor es luminoso y puro mientras el odio se obscuro y negativo en las relaciones humanas. No tiene límites y todos. Al margen de sus condiciones físicas, económicas y políticas, por ser hijos de Dios, sin nuestros hermanos a quienes debemos amar como ocurre en el entorno familiar. Bien está esta teoría lo que importa es esforzarnos por ponerla en práctica, superando las limitaciones egoístas.

En el aspecto externo, por las noches hay en las ciudades un derroche de iluminación que invita a la alegría sana y pacífica como expresiones de amor. No se trata tan solo de los hogares, sino del entorno exterior para que todos iluminen sus espíritus y conciban al mundo como una hermandad ajena al odio y las maldades. En nuestra ciudad, en esta temporada, hay esta expresión externa que pone de manifiesto la grandeza del espíritu. Lo ideal sería que esta actitud se generalice todo el año y no se considere algo excepcional de una temporada y de signos externos. La luz de nuestros espíritus debe ser permanente.