Capulí

Catalina Sojos

El otro día nos regalaron un puñado de capulíes y con ellos llegaron  las saudades y los aromas; en su piel lustrosa miramos aquellos días en los que el carnaval significaba mucho más que un rutinario descanso laboral; las casas se llenaban con la fragancia del membrillo, los distintos dulces de guayaba, higo y membrillo, el mercado se repletaba de frutas y el cuy asado, el chancho chaspado con eucalipto, las morcillas y demás delicias poblaban la niñez y sus travesuras. El canelazo era requerido y el arroz con leche, la chicha de jora, el motepata nos dejaban mucho más que saciados sin contar con el pan propio de las fiestas. Taita carnaval se presentaba dadivoso y espléndido además de coqueto y engañador;  el gullán, la reina claudia, el durazno, la satsuma y las recetas que significaban un secreto de familia, los cachullapis, pasillos y yaravíes, la cara embadurnada de harina y la mezcla horrorosa en el cabello que obligaban a la venganza y al mal talante con aquel que se atrevía a gritar ¡agua o peseta! días y noches tiritando en medio de las risas. No existía el internet ni los chorros de espuma con la carioca, peor aún la droga y todas las pestes presentes. ¡Ah, amigo lector! la importancia de la memoria para ser contada a los jóvenes y a los niños a través de la ternura ¡Qué bonito es carnaval! (O)