Facilismo electoral

Una vez iniciada la campaña electoral, cuyo ganador apenas gobernará año y medio, los ocho candidatos asumen los graves problemas del país como si para resolverlos fuera suficiente sus slogans, o esa andanada de propuestas, diseñadas según las aspiraciones, necesidades, angustias y preocupaciones de la gente, con énfasis en el electorado joven.

Decirle al pueblo la verdad no da votos. Este, además, vota movido por emociones, rencores y frustraciones. Hasta busca un Mesías, dispuesto a multiplicar panes y pescados así no haya harina ni atarraya.

Titubean cuando les preguntan sobre si se gastarán el dinero de la reserva internacional. Como lo advierten los analistas económicos y demás gente sensata y bien informada, la mayor parte de ese dinero corresponde a depósitos de las instituciones financieras.

Por ley, eso no lo podrán hacer, excepto si la derogan, para cuyo efecto apuestan por tener mayorías dóciles en la Asamblea.

Excepto unos pocos, los más, tampoco tienen claro cómo sostener la dolarización. Se hacen entreveros cuando los preguntan, en especial quienes quieren echar mano de la reserva. Y cuando son obligados a hablar del déficit fiscal, su fórmula es seguir endeudando al país.

En boca de la mayoría de candidatos, la inseguridad – el problema mayor del pueblo – resolverla parece tan trivial, como si el crimen organizado fuera fácil de combatirlo con propuestas baladíes.

De la grave situación financiera del IESS, en especial del Fondo de Jubilación, ni siquiera hablan sobre la alternativa propuesta por el Gobierno. En el mejor de los casos la critican, pero para no perder votos de los amigos del status quo del Seguro Social.

Si los ecuatorianos elegirán a un verdadero estadista –ninguno parece tener casta para serlo, precisamente por no hablar con la verdad- o uno más de la larga lista de inquilinos de Carondelet sin mayor trascendencia, utilizables, además, está por conocerse. La responsabilidad será de los electores.