El estanque

CON SABOR A MORALEJA Bridget Gibbs Andrade

Una leyenda zen cuenta que en un jardín frondoso convivían en armonía todos los vicios y las virtudes. En él se daban tertulias muy entretenidas. Aunque a veces no coincidían en sus puntos de vista, nunca hubo conflictos. A pesar de esto, había dos habitantes difíciles de tratar: la furia y la tristeza. La furia era íntima amiga del resentimiento, los celos y la envidia. La tristeza era poco sociable. Charlaba sólo con el rencor, la antipatía y el resentimiento. Ambas eran extremadamente sensibles. Cuando encontraban algo que no les gustaba, crecían tanto que no dejaban espacio para nadie más.

Una tarde la melancolía y la ira paseaban cerca del estanque. La primera le contaba que escuchó rumores sobre un tesoro escondido en el jardín. La esperanza juraba que era cierto, que su valor era cuantioso. El desánimo, no creía nada. La furia, que reaccionaba sin pensar, desafió a la tristeza y le propuso una competencia. Cada una debía elegir un pedacito de terreno y buscar allí. La que encontrara primero el tesoro se quedaría con él. La ira escarbaba impaciente, con ansias. Estaba furiosa sólo de pensar que el tesoro pudiera estar del lado de la tristeza. Terminó aprisa, en apenas tres horas. Mientras tanto, la melancolía cavaba despacito, tomándose su tiempo. Se demoró una semana. Al cabo de los siete días la furia la miraba airada, a punto de reventar.

Tanto la ira como la melancolía infirieron que fueron engañadas. Ninguna halló el supuesto tesoro. Además, estaban muy sucias. Al remover la tierra se habían enlodado hasta la coronilla. Se bañaron en el estanque. La furia se zambulló, irritada. Lanzaba brazadas a diestra y siniestra. La tristeza, por su lado, se quedó inmóvil en un recoveco. Pensó que eso sería suficiente para quitarse la suciedad de encima. El agua se enturbió, y sin querer, se metió en los ojos de la ira. Salió encolerizada para vestirse. Como no podía ver, tomó por error la ropa de la melancolía. Cuando esta salió del estanque, vio la ropa de la ira y se la puso. Al fin y al cabo, no le importaba nada.

Desde ese día, la furia anda vestida de tristeza y la tristeza de furia. Los otros habitantes del jardín dijeron que ninguna de las dos se había quejado si la ropa les quedó floja o apretada.

Al fin y al cabo, ambas están acostumbradas, desde tiempos remotos, a disfrazarse a diario para ocultar su verdadero rostro. (O)