Talante para ejercer el poder

Debe de ser un orgullo sano, con un poco de vanidad también, llegar al poder, ni se diga para ejercer la primera o segunda magistratura de la nación.

Cierta ocasión, el entonces presidente del Ecuador, Oswaldo Hurtado, con la parquedad que le caracteriza, dijo algo cierto: alguien llega al poder y toma las poses de pavo real.

Casos como esos abundan en la política nacional; pero, como ocurre con aquella ave, al mínimo susto o correteo se amaina.

El país observó la asunción al poder del presidente Daniel Noboa y de la vicepresidente Verónica Abad, en una ceremonia sobria, de discursos cortos pero contundentes y acorde a las circunstancias.

A nadie quedó en duda el distanciamiento entre los dos personajes, ya evidente durante la campaña electoral.

El presidente, tal como lo establece la Constitución, ha determinado el área en la cual la vicepresidente trabajará.

Sin embargo, su comportamiento, cuando menos para cumplir el adagio popular: lo cortes no quita lo valiente, fue desliñado.

Cada quien es dueño de sus actos; pero haber desistido del almuerzo ofrecido en Carondelet para dar la bienvenida a los nuevos mandatarios, es, de alguna manera, criticable, por no decir un desplante, incluyendo a los invitados especiales, entre ellos a las delegaciones de los países amigos.

Optó por ir a un mercado y almorzar hornado y jugo de naranjilla al son de la “Chola Cuencana, según ella, con el pueblo. Con seguridad, estuvo programado.

Categorizar o encasillar al pueblo de acuerdo a donde vive, come, trabaja, estudia o viste, tratando de congraciarse con la gente, de aparentar humildad, se presta para toda interpretación.

Ese comportamiento marca un mal precedente; hasta hace sentir a los cuencanos como carentes

de autoestima, de inteligencia para distinguir entre lo blanco y negro.

El ostracismo político en el ejercicio del poder, de alguna manera, buscado, debe ser letal. Aún es tiempo para aterrizar y de hacer las paces.