Que no regrese “Tartufo”

Bolívar Jiménez Álvarez

Tartufo es un personaje creado por el dramaturgo francés Molière en su obra «Tartufo o el impostor», escrita en 1664. Tartufo es, en el relato, un falso devoto, un hipócrita que finge piedad y virtud para ganar la confianza y los beneficios materiales de Orgón, el cabeza de familia. La obra satiriza la hipocresía religiosa y moral, así como la credulidad medio mágica de las personas. Tartufo es un personaje emblemático en la literatura por su representación de la falsedad y la manipulación.

Valga esta evocación literaria para, ahora que estamos a las puertas de Semana Santa, detenernos un poquito y revisemos nuestras prácticas piadosas, que tantas veces las realizamos rutinariamente sin reflexionar sobre su verdadero significado; pues terrible es comprobar que, en nuestra sociedad de tinte dizque cristiano, la fe, por lo regular, poco cimentada en la verdad, vaya por un lado y las acciones cotidianas por otro. No hay coherencia entre fe y vida; porque de haberla, no existiría la putrefacta corrupción que ha contaminado al Estado y sus instituciones ocasionando tanto sobresalto a las personas de bien.  

El ser honrados, justos, respetuosos, solidarios no son virtudes solo de cristianos, sino probidades que debemos ejercer los seres humanos por ser tales. Todos anhelamos paz y felicidad, pero éstas hay que construirlas; y en ese empeño, sin eludir para nada nuestra responsabilidad, hemos de poner el granito de arena que nos corresponde. Y pensemos, así como en la vida cotidiana esperamos encontrar una piscina limpia para bañarnos, no dejemos una herencia sucia para los demás, porque de hacerlo, ni ellos ni nosotros tendremos en donde refrescar nuestro cansancio.

Para quienes se confiesan católicos la Semana Santa no ha de ser un tiempo para prácticas tartufianas, sino para agradecer a Jesucristo su obra redentora conseguida con cruento sacrificio, una oportunidad para examinar las prácticas piadosas y asegurarse de que estén enraizadas en genuino amor y compromiso con Dios y sus semejantes. Que las acciones reflejen verdaderamente los valores del Evangelio, evitando caer en la trampa de la hipocresía religiosa, recordando siempre la denuncia de Jesús: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Mt. 15:8).

En la Semana Santa, en lugar de seguir simples tradiciones muchas veces alienantes, es conveniente practicar constantemente una fe auténtica y genuina. Que nuestras devociones no sean las de “Tartufo el impostor”. (O)