Recordando a Mario Jaramillo

Tito Astudillo y A.

Existen personas que mientras más importantes posiciones ocupan en el entramado social son más simples y asequibles para los demás sin distingo de condición; más humanos, perceptivos y afables hasta la fraternidad; incansables por al servicio hasta el quijotismo; leales, bondadosos y cordiales hasta la amistad. Así y mucho más, era Mario Jaramillo Paredes, ese cuencano excepcional, que orientó y acompañó, por largos años, el desarrollo de nuestra ciudad desde la instrucción, desde la academia, desde el periodismo y la función pública, con especial afinidad por la educación y la cultura con excelencia.

Atento y cordial, siempre la mano extendida y esa tranquilizadora sonrisa de hermano mayor como un bálsamo en los avatares sociales y luz en los claroscuros de la cotidianidad; solidario compañero en nuestra iniciación en el magisterio compartiendo lecturas, anécdotas, experiencias y un café; en la antesala de su oficina, ya sea de rector de la UDA o del Ministro de Educación, no había espera, personalmente invitaba a pasar y te hacía sentir bienvenido; en los eventos culturales de la ciudad, siempre acompañando, presentado, comentando o alentando como en los festivales de teatro en los que compartimos sala y jurado, en fin, uno se preguntaba ¿cómo hacía para estar con todos teniendo tantas responsabilidades?; ameno e ilustrado conversador con especial interés por la arqueología, la cosmovisión y las identidades; columnista didáctico y crítico, con un especial sentido del humor, orientando desde la página editorial de Diario El Mercurio.

Existen seres humanos que no se van nunca de nuestra mente ni del imaginario social porque, a su paso, fueron luz que orientó destinos y generaciones y, su palabra, un discurso permanente de magisterio, sabiduría y amistad, y eso, cala profunda en la mente y en la sensibilidad, como es el caso de Mario Jaramillo Paredes y su recuerdo, cada vez más cercano. (O)