Dos hechos delictivos sorprenden, llenan de estupor.
Uno ocurrió en Cuenca. En pleno centro y a la luz del día, un adulto mayor fue escopolaminado, intentando secuestrarlo.
Los delincuentes lo subieron a su vehículo. Varias personas se percataron y los retuvieron, volteando al automotor. Prendieron fuego cerca del mismo, pero los bomberos le apagaron.
El ciudadano fue liberado con la ayuda de la Guardia Ciudadana. La Policía detuvo al chofer del vehículo; dos de sus acompañantes huyeron.
Reiteramos: a plena luz del día, junto a la Catedral La Inmaculada y en horas de alto tránsito peatonal por la fiesta de Corpus Cristi.
Confirma el avance de la inseguridad, la frialdad y peligrosidad de los delincuentes.
A su vez, obliga a transitar con cuidado; si es un adulto mayor, en compañía de alguien; tampoco aparecer como ingenuos ante cualquier requerimiento de personas desconocidas; precaución incluso antes de abordar el vehículo.
En materia de seguridad, Cuenca, lamentablemente, ya no es la de hace cinco, diez, veinte o treinta años. Es parte de esa ola delictiva cuya fuerza llega a todo el país.
El otro hecho rebaza la capacidad normal de asombro. En una requisa al pabellón de máxima seguridad de la cárcel de Santo Domingo de los Tsáchilas, policías y militares encontraron no sólo drogas, armas, celulares, sino hasta cerdos y gallos de pelea.
Podría considerarse como un hecho risible, digno del realismo mágico. Nadie en su sano juicio asimila cómo esos animales y aves fueron ingresados a la cárcel.
Revelaría -confirmaría, más bien- el omnímodo poder de las bandas criminales en las cárceles, claro está, en complicidad con las autoridades carcelarias y sus celadores, a cambio de, por ser parte de, o por temor.
Todo eso abona a la inseguridad. Su aparente solución es motivo de ofertas electorales, llenas de palabreo, de asomarse como “machos” y de emulaciones ajenas a nuestra realidad.