La crisis humanitaria que vive el mundo, con todo el dolor y la muerte de miles y miles de seres humanos, rebasa cualquier posibilidad del peor mal sueño que podríamos habernos imaginado vivir. El clamor de la ciudadanía del mundo para que paren la masacre al pueblo palestino –sin efecto alguno en gobiernos cómplices de este genocidio inmisericorde–, junto a una guerra que no parece tener fin cercano –por los intereses miserables de las potencias mundiales que compiten con la locura de Putin–, se ve acompañado del dramático peregrinaje que vivimos también en América Latina de mujeres y hombres de todas las edades expulsados de sus países de origen, en donde además pesa sobre su vida la amenaza de vivir las mortales consecuencias de la depredación ambiental –como ya sucede en varios países– del territorio latinoamericano. Los procesos migratorios son inhumanas forma de substitución de las pestes y las guerras de otras épocas que terminaban con la vida de millones de seres humanos, nos recordaba Monseñor Luna, al resaltar que el migrante es y seguirá siendo una víctima segura, en sí mismo, en su familia y en su país de la injusticia del mercado; por ello, sostenía con toda firmeza que frente a esta angustiante realidad, “no queda otro compromiso ético de solución de tan gran pecado y tan dolorosa realidad humana, que un cambio radical que nos libere a todos de la injusticia social imperante. Cambiemos mercado por solidaridad”. (O)
CMV
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.
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