Hay diferentes maneras para expresarnos con sabiduría; la clave, es saber cuándo se debe hablar y cuando callar.
La libertad para expresar lo que sentimos, pensamos o vivimos es un derecho que se sostiene en principios y valores éticos universales.
El poder de la palabra conlleva un mensaje que influye en la persona y en la sociedad y por lo tanto, determina su proceder; por consiguiente, es importante que ese “mensaje” sea verificable, comprobable y conciso.
En ocasiones, la urgencia por comunicar nos hace gritar y esa palabra se convierte en ruido y desorden que en lugar de educar o guiar crea barreras que no permiten que la palabra trascienda y represente la realidad.
La presencia del internet, de las plataformas en las redes sociales y de la inteligencia artificial en la intercomunicación ha generado desafíos en la difusión de contenidos.
Así, se están gestando nuevas políticas y regulaciones para proteger la veracidad de la información, el derecho de autor y la integridad de las personas involucradas.
Por un lado, la falta de seriedad en la palabra y por otro el abuso indebido de la información provoca una censura a veces obligada. Como ejemplo: un mensaje con “discurso de odio” que difundido masivamente puede causar daño e incluso la muerte.
Encontrar un término medio entre la libertad de expresión y la censura es necesario y urgente cuando queremos decir algo y pretendemos contribuir a un cambio.
Como decía Charles Darwin “El que calla no siempre otorga, a veces no se quiere discutir con idiotas”.
La libertad de expresión es un derecho de comunicación que debe ser utilizado inteligente y responsablemente.
Es una estrategia para decir la verdad sin manipulación ni mentiras. (O)