Frente a un enemigo común como son los grupos de delincuencia organizada, encabezados por los carteles de la droga, el país, literalmente, se diluye en discusiones de toda gama.
Rebasando cualquier límite, cada rato aparecen teorías, cuestionamientos, subestimaciones; abundan los expertos, unos con fundamentos, otros “así nomás”; igual el descrédito al trabajo realizado por el gobierno y las fuerzas del orden. Y así.
Con mayor fuerza ahora en épocas de campaña electoral. Cada aspirante al poder “tiene bajo su manga” su propio plan de seguridad, en el cual no faltarán las generalidades, los diagnósticos y las buenas intenciones.
Unos candidatos hasta se declaran expertos en materia de seguridad y hasta dicen tener listo el apoyo internacional para, en caso de ganar, aplicar sus planes, sus estrategias, sus teorías, y hasta sus experiencias.
La inseguridad es la principal preocupación de los ecuatorianos, como lo fue hacía uno o dos años. Por lo tanto, el marketing electoral recomienda, obliga, ofrecer seguridad a una población desesperada, perseguida y hasta con ganas de dejar el país. Todo vale en procura de ganar votos.
En algunos casos, para la mayoría de quienes hablan sobre problema tan grave, gravísimo, la lucha contra aquellos grupos criminales solo es cuestión de decisión, de un trabajo de inteligencia (en efecto lo es) y de aplicar sus estratagemas, con lo cual, a la vuelta de la esquina se logrará recuperar la paz social. ¿Así de fácil?
Sí, como si a esos grupos solo pertenecieran 10 o 20 individuos, como si no actuaran desde la clandestinidad, o no tuvieran armas y poder económico, producto de sus ilícitos, y hasta político, cuando no entronques en la justicia, o capacidad bélica para, tras dividirse, integrar otras células terroristas y a sangre y fuego disputarse territorios.
Ojalá los ecuatorianos entiendan la complejidad del problema delictivo, de cómo opera el crimen organizado y tomen decisiones acordes a la realidad.