Las barbas en remojo

La caída del gobierno sirio, encabezado desde hace 24 años por el aparentemente invencible Bashar al-Assad, las imágenes de las reacciones de la población ante tal hecho, entre otras, aquella en la que un primo del ex dictador es asesinado por la muchedumbre colgándolo en lo alto de una grúa, en medio de gritos de algarabía, debe haber hecho pasar más de un “salivazo” a aquellos aprendices de tirano que pasean desde hace rato su enfermiza obsesión por el poder y que “no paran en gastos” cuando de acomodar las leyes se trata con tal de consolidar sus canonjías, privilegios y control del aparato estatal.

Se sabe que Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, con las mismas atribuciones presidenciales desde la última reforma aprobada por la mayoría oficialista de la Asamblea nicaragüense, Nicolas Maduro y Diosdado Cabello, Evo Morales y algunos otros chulíos perfectamente identificables, se han reunido vía telemática para “comentar” sobre la situación siria, resultado de cuya reunión ha sido un cuadro gastroentérico agudo, matizado con manifestaciones de ansiedad, depresión y calambres en el cuello.

Y es que no es fácil explicar las violaciones a los derechos humanos, el encarcelamiento y/o la desaparición forzada de periodistas y líderes de la oposición, la manipulación de las leyes y la corrupción rampante. Pero, las Fuerzas Armadas se cansan, se cansan los estudiantes, y las mujeres y los profesionales, y los agricultores, y el pueblo llano también se termina cansando. Y los sueños del gobierno eterno, las ilusiones del dinero guardado en los bancos extranjeros, la fuga con la familia y los adláteres, las joyas y los aviones privados, se van convirtiendo en una pesada carga que termina por cavar sus propias tumbas. De ahí que, entre los tiranos y los hambrientos de poder, los finales felices sean la excepción más que la regla.

Como otras del pasado reciente, Irak y Libia para no extendernos mucho, la lección de Siria debe ser perfectamente entendida por los aprendices de tirano, a menos, claro está, que la ambición del poder les nuble los sentidos y les impida mirar lo que ha sucedido con las barbas de sus vecinos. (O)

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