A pocos días de efectuado, a nadie se le ha ocurrido “medir” el impacto del debate entre los candidatos a la vicepresidencia de la república.
Un debate entre aspirantes a una función tan cuestionada y hasta vilipendiada, mal podía despertar el interés ciudadano.
Tal como reza la también cuestionada Constitución, el vicepresidente únicamente está para reemplazar al presidente en los casos previstos en ella, y para cumplir funciones por él dispuestas.
Ningún presidenciable ha anticipado cuáles funciones encargaría a su vicepresidente en caso de resultar electos.
Cuando les preguntan se van por la tangente, y hasta cierto punto resulta entendible.
Siendo prácticos, ¿valió la pena el debate entre los aspirantes a una función un tanto hasta decorativa; o quien la ejercerá, estará al acecho de cualquier eventualidad para acceder al poder, y, en el colmo, de fraguarla o de “prestarse”, aprovechando los frentes siempre abiertos en la Asamblea o en otros estamentos, como ocurrió en los últimos años, ¿cuyo desenlace fue la muerte cruzada?
Las enemistades, sean en el camino o ya en el poder, como sucede en la actualidad, traen consecuencias impredecibles y agitan al país.
¿Ocurrirá lo mismo el próximo domingo, cuando se realizará el debate entre los aspirantes a la presidencia, divididos en dos franjas por cuestión de cantidad?
Un debate, así sea entre ocho candidatos, tampoco causa mayor expectativa, si bien se trata de los presidenciales, uno de los cuales, de ganar, se pondrá al hombro el destino del Ecuador, acosado por tantos y graves problemas, cuya contundencia pronto le aterrizará en la realidad, a toparse con un panorama, a lo mejor no previsto, o, si ya la avizora, tapiñado, con el fin de ganar votos.
¿Cuán preparados, bien informados sobre esa realidad, están los electores como para no dejarse sorprender por los 16 candidatos mientras debaten, cuyos silencios o esquivas nos deben preocupar por encima de sus ofertas? (O)
