De pronto decides ausentarte de ti mismo, como quien dejas atrás las cosas adversas, incluyendo las que hunden y los que hunden al “país del alma”.
Arribas a un lugar donde confluyen tantas cosas, tantos seres humanos llegados desde varios rincones del mundo, también de provincianos, parroquianos, de expulsados por sus gobiernos tiranos, y hasta de pájaros que, según te comentan los citadinos, emigraron de sus lugares de origen, a lo mejor, me digo, en busca de otros nidos, de otros árboles.
Entonces compruebas el palpitar de ese pueblo, localizado entre cerros, nevados, ríos y riscos, como ajeno a lo que pasa en el resto del mundo, encomendado únicamente a su destino, que no es otro que el de compartir tanta belleza natural, a la cual no renunciará así el volcán, que a corta distancia le mira con su cabeza blanca, le vomite lava y ceniza.
Los dulces, en especial los derivados de la caña de azúcar, provocan. Huelen por todo lado, como huelen tantas otras frutas.
Caminas y caminas y te topas con mochileros y demás gente de otros países, que también llegan para ausentarse de sí mismas.
También te topas con el pintor que pinta la imagen de Cristo en el atrio de la iglesia. En su interior los feligreses católicos encienden velas, aprecias el púlpito imponente, que en otros templos es solo un recuerdo, y das gracias porque a ese santuario no han llegado los remodeladores.
Tus papilas gustativas no saben por qué plato mismo decidirte, ni cuál suvenir adquirir, ni por cuál agente turístico resolverte, pues son tantos, tantos, lo que prueba que el ADN del pueblo andino es el turismo.
Decidido ya en cualquier chiva embarcarte, de pronto estás en un lado, ya en otro. Ni bien lo piensas, en canoa surcas un río inmenso, rumbo a “selva adentro”.
Entonces el guía te dice que llegarás a una comunidad Quichua, y ante los oídos atentos de seis franceses y de otros extranjeros, de una pareja de ecuatorianos que vive 20 años en España, de otras venidas de la Costa, habla de las tantas etnias existentes en el país, de sus costumbres, tradiciones y dialectos.
“Somos un país diverso”, dice alguien. Un francés asiente porque lo ha recorrido casi todo.
¿Será que por eso no nos entendemos? comenta otro. Otro le responde que sí. Así parece ser, dice un tercero.
Rato menos pensado y ya escucho que se habla de la política obsesiva, de la inseguridad, del futuro nada halagador si es que gana este o gana este otro…
El guía, un mestizo rechoncho y jovial, pide olvidarnos de “esas pendejadas”. Nos lleva, ya pintados la cara con achiote, a saborear el maito y luego a la limpia.
¿No habrá también una limpia para el Ecuador? pregunta otro. “Shhh”…