Mirad la torre orgullosa recortarse contra el azul absoluto de este cielo imposible. Viejo campanario de campanas silenciosas, paradoja de bronce poblada del aletear de las palomas. Abajo, sus pies, se levanta el templo que guarda en sus entrañas décadas de oscuridad e incienso. Ese templo que todavía es hollado por los pasos cotidianos de los fieles de domingo y olvido en búsqueda de ese dios improbable. Pero la torre no, ella existe en su espigada soledad, pocos han subido a su cúspide, menos aún subirán.
¿Cuánto ha visto desde sus alturas ajenas al tiempo? ¿Cuántas generaciones, cuántas culturas han desfilado bajo su mirada? ¿Cuántos pasos perdidos se han contado en la plaza que vigila? ¿Cuántos amores? ¿Cuántas miradas se han levantado para contemplarla y luego se han perdido en la bruma del tiempo? Todo lo ha mirado. Testigo silencioso de revueltas y revoluciones. Incontables discursos de políticos sedientos de gloria, marchas del pueblo siendo pueblo, apretada muchedumbre defendiendo su derecho a elegir a sus verdugos.
Me pregunto, yo que no soy más que un fugaz girón de vida que pronto será olvidado, me pregunto ¿Será acaso dulce el sabor de la historia? La humanidad conquistando la libertad, logrando la tolerancia, la convivencia pacífica entre las culturas. La civilización con sus pasos de gigante, el asombro de la ciencia. La ciudad desplegándose a sus pies como una manta gigante de retazos que se pierde en el horizonte.
O no. Tal vez no. ¿Tal vez, después de todo, sea amargo el sabor del tiempo? Las promesas traicionadas, la irascible voracidad del homo sapiens que nada respeta, que nada perdona. El clamor ensordecedor de las bocinas y el smog, el hollín, que le mancha la hermosura. Mientras tanto allá, en la montaña lejana del horizonte que se divisa desde el campanario, el grosero boquete de la mina. Y a sus pies millares de personas absortas en sus pantallas, distantes, hostiles, solas, más solas que nunca.
Sí, ahora que lo pienso, amargo seguramente será. El sabor de la certeza final, la alarma infinita, la comprensión terrible de que, tras tanto andar, aún no hemos aprendido nada… (O)
@andresugaldev