En tiempos actuales quien es víctima de cualquier situación debe acudir a un profesional de la salud mental para someterse a un proceso terapéutico que le permita sobrellevar la situación de la cual resultó afectada; por su parte, su agresor y no solo en contextos de violencia, continua muy airoso con su ritmo habitual de vida y muy probablemente más ovacionado que antes; tributo a la ligereza de la mente, al desconocimiento de la situación y a la ausencia del concepto de “lo correcto”.
Probablemente el segundo, este agresor, lleve sobre sí algo de vergüenza o pesar, pero siempre al margen de la consejería oportuna y correcta, lejos de la admisión de su error como contrario a la pretensión de un cambio de conducta; sin embargo, a esa víctima sí le toca asumir con perjuicios colaterales que generan múltiples costos: tiempo, atención profesional, ausentismos, distracciones involuntarias, restitución de su buen nombre, reparación intrínseca y por qué no decirlo, el costo incluso de justificar lo injustificable, la sociedad somete…
Esta mochila está cargada con estereotipos, acusaciones, presunciones y demás, es el diario endoso de propios y extraños, cercanos y distantes, es el peso intangible entre la acción, reacción y consecuencia por hacer lo correcto o no.
Conforme perpetúe el poder artificial de la censura a ligereza, a todos y a todas nos tocará carga esa mochila. (O)