En un sistema democrático, las elecciones a diferentes funciones públicas, es fundamental, y consecuencia lógica es que haya ganadores y perdedores, es decir que los contendientes estén dispuestos a aceptar los resultados. Salvo criticables excepciones se cree que todos los que aceptaron candidaturas lo hicieron con la esperanza de triunfar lo que nos lleva a concluir que a nadie le gusta perder. Si hay madurez suficiente, los perdedores aceptan los resultados y en algunas ocasiones felicitan y desean éxito a los ganadores considerando que más importante es el destino de la colectividad que ambiciones y pretensiones personales. A veces hay perdedores indisciplinados que alegan ser víctimas de fraude.
Cuando la diferencia entre contendientes es muy estrecha, es aceptable que se aleguen posibles errores perjudiciales a alguno de los candidatos, ya que nadie pone en duda el viejo aserto, errar es propio de seres humanos. Los que reclaman es normal que presenten argumentos sobre esos posibles errores y soliciten revisiones a las entidades a cargo de los procesos, que no pueden negarse si es que hay argumentos serios. En las últimas elecciones en Estados Unidos en donde la democracia ha demostrado fuerza, el candidato perdedor denunció “fraude” y pidió revisión en cuatro Estados. La revisión confirmó el triunfo de su rival. La revisión confirmó la solidez del sistema.
En nuestro país se ha dado una “empate técnico” entre los que aspiran a la segunda vuelta con una reducida ventaja para uno de ellos. Con madurez los contendientes han llegado a un acuerdo al recuento en parte del país. El sentido común nos dice que ese acuerdo debe respetarse, pero han surgido argucias poco consistentes a que se prolongue. Creemos que más importantes que procedimientos formales tiene la voluntad de los que están directamente afectados y que esa revisión debe llevarse a cabo en el menor tiempo posible para superar la incertidumbre de los ecuatorianos y las insultantes retóricas de algunos partidarios.