“Pero, cuando yo muera de vida y no de tiempo,
Cuando lleguen a dos mis dos maletas…”
(César Vallejo, Poemas Humanos)
Sobre contadas personas, he escrito un retrato en esta columna, pero, en esta ocasión, me complace esbozar una pintura sobre Maruja Cueva Jaramillo. ¡La conocí desde siempre: alegre, cálida, inquieta! La muerte temprana de su hijo y posteriormente, la de su hija, la doblegaron, pero ella con su reciedumbre, no podía mantenerse quieta en su casa y el mundo, el viaje, el avión, las compras y las ventas, el paseo y la contemplación del mundo, hicieron de Maruja una viajera, en permanente búsqueda.
Locuaz y con profundo sentido del humor, convocaba a su casa, a cuanta persona interesada en aquello que sus maletas trajeran, de todos los lugares del planeta que ella visitara. Anécdotas, recuerdos, experiencias, hacían de este personaje, un ser especial. El poder de persuasión, la caracterizaba y, es así cómo, su mercadería y su pesado equipaje, pasaba rápidamente a las manos de quienes la visitaban y, en esta actividad de viajar, conocer, comprar, contar y vender, se centraba su intensa vida. Su negocio era la plataforma a través de la que ella ejercía su labor de estudiosa de la personalidad, de sus compradoras. Con estos talentos de psicóloga y como buseadora de almas, ella recibía y captaba a todas las personas, con esa diaria sonrisa que era su carta de presentación.
Hoy, Marujita –como la hemos llamado- desde el afecto y la simpatía, partió al más allá, donde sus hijos la esperarían, para juntarse en una cálida y permanente velada nocturna. ¡Paz en la tumba recién abierta, de Maruja Cueva Jaramillo! (O)