Exceptuadas las presidencias de Rodrigo Borja y Rafael Correa, las relaciones entre Ejecutivo y Legislativo fueron conflictivas desde el retorno a la democracia en 1979, esencialmente, por carencia de un bloque mayoritario afín al Jefe de Estado, lo cual, le obliga a buscar alianzas demasiado coyunturales.
Jaime Roldós acusó al titular del Congreso Asaad Bucaram, miembro de su partido CFP y otros directivos de esta función, como “patriarcas de la componenda”. Le respondieron que se bajara de la “nube rosada” en la cual estaba embarcado, pues, ellos “le habían conseguido el mejor empleo del país”. Luego, León Febres Cordero rodeó con policías y militares el recinto legislativo, mientras se abría un frente opositor con el propio binomio, Blasco Peñaherrera, considerándolo “conspirador a tiempo completo” e inclusive traidor. Si bien, no derrocaron a Sixto Durán Ballén los parlamentarios bajaron al compañero de fórmula, Alberto Dahik.
Desde entonces, la debacle gubernamental impulsada por la Asamblea, ha sido aún más grave, al interrumpir los mandatos de Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez, mientras a Lenin Moreno poco le sirvió para sus propósitos dividir al bloque mayoritario de Alianza País, movimiento con el cual llegó a Carondelet. Por eso también le castigó el electorado, con el 2,5% de votos para la candidata presidencial y ningún asambleísta nacional ni seccional. La crisis que afronta Guillermo Lasso era previsible por haberse aliado con Pachakútik, su antípoda ideológico-programática e Izquierda Democrática sin definición al respecto.
¿Cuál es la solución entonces? Ensayemos dos cambios: concientizar a los ciudadanos sobre su responsabilidad en las urnas y más allá de las mismas; elegir al mismo tiempo presidente de la República y legisladores. (O)