Las «caras y caretas» que hace la familia Flores desde hace más de 50 años

Hace más de setenta años, cuando Alejandro Flores estaba en la transición de niño a adolescente, hizo una cabeza con forma de monstruo. A pesar de su corta edad, él tenía habilidad para representar con papel a alguna figura, y una vecina del barrio se había dado cuenta de ello.

“Oye chico, ¿vos haces?”, le preguntó la señora al ver la cabeza de monstruo. “Sí”, le respondió Alejandro. Al escuchar la respuesta afirmativa, la vecina no dudó y le pidió que le hiciera unas tres cabezas de las mismas.

La habilidad del muchacho se regó por los alrededores de su hogar, y sin pensarlo, cuando las calles de Cuenca eran en su mayoría de tierra y recién se tenía una idea clara de que la ciudad iba a expandirse hacia El Ejido, surgió un negocio que llegaría llamarse “Caras y Caretas”.

Con el paso de los años, Alejandro se convirtió en un hombre y conformó una familia con su esposa, con la que llegó a tener diez hijos: cinco varones y cinco mujeres. Todos ellos, desde que tuvieron conciencia, se encontraron con las caras y las caretas de su padre, quien hizo de ellas su modo de vivir y de sustentar a los suyos.

“Yo desde los cinco años ya hacía las caretas. No hubo uno solo que no supiera cómo se hicieran. Nosotros acabábamos las clases y nos dedicábamos a ayudar a papá”, recuerda Susana Flores.

Susana es parte de los cuatro hermanos que tomaron de ejemplo de su padre para dedicarse al negocio de hacer las caras que principalmente se venden para la quema de años viejos y para Día de los Inocentes.

Los cuatro hermanos (tres mujeres y un hombre) son la generación que, año a año, tratan de mantener el legado laboral de la familia y la tradición de las caretas en Cuenca, debido a que Alejandro, de 90 años, se retiró hace casi un lustro por una enfermedad.

Para eso, para seguir con el trabajo que aprendieron cuando eran unos infantes, se preparan en cada inicio de año.

Por ejemplo, Susana, el primer lunes después del 6 de enero, se pone a recolectar el papel que usará para hacer las máscaras. Luego revisa qué personajes serán los que plasmará en sus máscaras, después empieza con el modelado, y, por último, surgen los detalles que ya dan cuenta de quién es la persona, cuyo rostro, está en una careta.

Todo ese proceso resumido se lee como si fuera una tarea fácil. No obstante, no es así nomás, como dicen los cuencanos. Hay una tarea de precisión (que la máscara tome la forma de los personajes), otra que se debe al clima (para que se sequen las máscaras), y una relacionada con los detalles de los rostros.

“La gente cree que las máscaras ya están porque se sacan en esta época, y no es así. Hay un trabajo que empieza desde mucho antes, un trabajo que se hace solo con la mano, con nada de máquinas”, dice Susana, quien espera mantener la labor de su padre, como ella mismo enfatiza, hasta que Dios le dé vida. (I) 

Andrés Mazza

Periodista y fotógrafo. Escribe sobre cultura, educación, migración y astronomía.

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