Varios estudios han demostrado que estar en contacto con la naturaleza, contribuye a mejorar el bienestar, por su impacto terapéutico y rehabilitador, lo que permite combatir el famoso síndrome de la modernización que es el estrés. En este contexto, también es importante entender que este proceso debe ser de retribución ante los beneficios recibidos por la naturaleza y, es ahí, donde está ese vacío.
Lamentablemente, no hay ninguna socialización colectiva de resultados que permita a los ciudadanos entender aquellos términos importantes como es la ecología social, que estudian los principales responsables de los problemas ambientales y que da un enfoque humanista de las relaciones entre las personas y su entorno.
Con todos los antecedentes catastróficos, vemos que urge una restauración ecológica; aunque, probablemente, como ciudadanos, no sabemos por dónde empezar o cómo reparar todo el daño ocasionado al entorno ambiental. Lo primero, es partir por una restauración psicológica ambiental individual, de conciencia, de actitud hacia la naturaleza; luego, desde nuestros hogares y extender estrategias que abarquen vecindarios, barrios, comunidades, parroquias…
Es penoso no tener canales oficiales de capacitación colectiva a favor del medioambiente, que nos eduquen en la complejidad del entendimiento de la naturaleza y, lo peor, que muchas veces por egoísmo o protagonismo, no se lleguen a diálogos o acuerdos conjuntos a favor de impulsar una herramienta de equilibrio sostenible entre la madre naturaleza y el desarrollo social.
Es necesario que aprendamos de las crisis para empezar a trabajar en una estrategia conjunta, decidida y coordinada, que vigile y evalúe, en cada rincón del país, el impacto de nuestras acciones, para prevenir, educar y dar soluciones inmediatas. (O)